[Ăhašweroš]. Asuero, conocido en Occidente bajo el nombre de Jerjes, cuya fama desbordó sobre Grecia convirtiéndole casi en el símbolo del Asia enemiga, gigante e impersonal, aparece en el libro bíblico de Ester (v.), en relación con Israel; es un rey persa, ligado a los dos pueblos que por distintos modos pueden considerarse elegidos y padres de nuestra civilización.
En el relato sagrado Asuero se halla espiritualmente remoto, como si presenciara una procesión tallada en piedra en la que su esposa, las vidas humanas y las pasiones se desfiguran y se absorben en el inflexible y lujoso fausto oriental. Incluso en la Biblia (v.), su nombre figura como en una inscripción de Susa: «En los días de Asuero, que reinó desde la India hasta Etiopía, sobre 127 provincias…» El rostro del rey queda como ofuscado por la magnificencia que lo envuelve, y ni siquiera la tradicional lujuria puede caracterizarle.
Sólo Ester (v.) logra abrir una rendija de humanidad en la aureola de su soberbio esposo y en la terrible molicie de aquella corte dominadora del mundo. Por amor a Ester, Asuero salva a los hebreos de la matanza: es el mismo amor que si algunas veces, como en este caso, logra matizarse de afecto, más a menudo se apaga en la ira de un repudio o se multiplica en las pasiones de una noche.
La providencia divina, a la que sirve de inconsciente instrumento, le preservó de la tumba de la historia, y si la tragedia esquiliana recuerda a los griegos la inútil majestad de las armas de Jerjes, la liturgia hebrea de la fiesta de Purim perpetúa entre los fieles la clemencia de Asuero, esposo de Ester.
G. Rinaldi