[Ascyltos, del griego que no produce desgarro, usado por antífrasis y en sentido obsceno]. Es el segundo personaje en importancia de El Satiricón (v.), de Petronio, el guardaespalda de Encolpio, a quien acompaña en sus errabundeos y en su libertinaje fuera de la ley, compartiendo con él siempre que puede, ya sea furtivamente, ya con una desfachatez muy característica, las complacencias de su favorito Gitón (v.). Entre Ascilto y Encolpio existe, más que un vínculo de amistad, una relación de complicidad derivada de sus vicios comunes y de los comunes peligros que de ellos resultan, pero esta relación no excluye el deseo ni los intentos de burlarse uno de otro siempre que sea posible, especialmente por parte de Ascilto.
Encolpio le describe — y la descripción debe ser veraz aunque hecha en un arrebato de violentos celos — como un joven mancillado por todas las perversiones y que ha merecido, según él mismo confiesa, el destierro, aunque luego ha obtenido la libertad a cambio de nefandas condescendencias, que constituyen el rasgo más destacado de su carácter.
Aun así, este tipo, de vulgar gustador de placeres, sin escrúpulos ni refinamientos, incapaz de apreciar, a pesar de sus pretensiones literarias, ninguna clase de manifestación artística, carente de sensibilidad e ignorante, puede suscitar en nosotros cierta simpatía a causa de la picaresca vitalidad que le lleva a hallarse presente siempre que se trate de protestar, gritar o liarse a bofetadas.
Pero cuando huye del teatro de los acontecimientos llevándose a Gitón, la desolada soledad de Encolpio, desesperado por haber perdido a su amigo, y su sincero llanto nos revelan de golpe el profundo egoísmo de Ascilto, haciendo que nuestra simpatía vuelva hacia Encolpio, que, al fin y al cabo, se salva, en aquel mundo del vicio, por cierto sentido innato de ingenuidad y sencillez.
G. Pettenati