Es el protagonista de La muerte en Venecia (v.) de Thomas Mann (1875-1955), novela cuyos restantes personajes son sólo comparsas. Escritor perfecto, en la cumbre de su gloria, Aschenbach es el único que se da cuenta de la decadencia de sus energías y del inaudito esfuerzo que le cuesta no dejar ver su debilidad a los demás.
Puede decirse que, como un veneciano del siglo XVIII, no se quita jamás la careta. ¿Quién habría podido adivinar todos los secretos de Thomas Mann, si no nos los hubiese revelado él mismo hablando tan a menudo de su necesidad de cubrirse el rostro con una máscara? El tipo de esteta representado por Aschenbach era frecuentísimo a fines del siglo XIX, en aquella época que se alababa de su propia decadencia.
Pero en Thomas Mann esta figura se enriquece Con un nuevo motivo, que viene a enlazarse con el de «el arte por el arte»: Aschenbach, el artista impecable, sabe que ha contraído alianza con la muerte; la perfección a que ha llegado es tal que todo cuanto describe, ya sean seres humanos, ya sean cosas, deja de tener razón para continuar viviendo. El artista es, pues, cómplice de la muerte, la cual a su vez, por connivencia, se aferra a él y se lo lleva prematuramente consigo.
El hechizo de la novela radica en el hecho de que este Aschenbach, elegido para la muerte y por la muerte, lleva a término su destino en el marco de una ciudad que, una vez perdida su potencia política, se está hundiendo en letales aguas. Esta Muerte en Venecia de Mann está emparentada con La muerte de Venecia, de Barres; incluso el nombre del protagonista, con sus dos «a» que suenan como campanas que tocaran a muerto, fue elegido intencionalmente y traducido significa «arroyo de ceniza».
Pero hay en la novela otro tema fascinador: el protagonista está ligado de una manera misteriosa a su platónica pasión por el joven Tadzio que es una especie de Lisis, y como Mann, además de esteta es moralista, esa imaginaria degeneración se convierte para Aschenbach en una nueva causa de sufrimiento y de destrucción.
Detrás de Platón, como evocado por él, aparece el cortejo de los dioses homéricos que parecen venir a descansar a las orillas de la época moderna, mientras Aschenbach por su parte parece trasladarse a otra época de la civilización griega, aquella que florece en Bizancio. Su actitud hierática y sus ojos desmesuradamente abiertos por la contemplación asemejan su figura a las de los mosaicos, de tal modo que ese héroe, que materialmente procede de Munich, en realidad se halla en su verdadero ambiente en la plaza de San Marcos, o sea, es por diversos modos un auténtico veneciano.
F. Lion