[Arsène Lupin]. Es el ladrón caballero, el bandido respetado por los empleados de los coches-cama, el delincuente abonado a la ópera, protagonista de -una serie larga de novelas del escritor belga Maurice Leblanc (1864-1941). Arsenio Lupin, personaje todo él acción, astucia y golpes de teatro, parece nacido adrede para contrastar con los pálidos y suspirantes personajes de Maurice Maeterlinck, su contemporáneo y compatriota.
Parecido a tantos colegas suyos, cuya principal misión es hacer estremecerse a los lectores de novelas policíacas, Lupin se distingue de ellos por aquello que deportivos y aristócratas llaman «raza» y «clase». Lupin viste en Londres, tiene un piso reservado en el Ritz de París, otro en el Savoy de Londres y otro en el Danieli de Venecia; bajo distintos pseudónimos se tutea con Sergio Diaghilev, Raymond Poincaré, Enrico Caruso y el multimillonario Pierpont Morgan. Abre las arcas de caudales con la misma soltura que un cirujano opera de apendicitis a la más bella frecuentadora del Hipódromo de Longchamp.
Por la noche, recorre las criptas recubiertas de acero de los grandes bancos con la misma delicadeza con que el Príncipe Azul va a despertar a la Bella Durmiente (v.). Corre por los tejados sin quitarse el frac ni la chistera, que conserva asimismo cuando debe atravesar el complicado laberinto de las alcantarillas de una ciudad.
Es el hombre más elegante de los primeros veinte años de nuestro siglo, y es una lástima que los pintores de buena sociedad hayan dejado escapar a este modelo que, en punto a elegancia, hubiera eclipsado al mismo Robert de Montesquiou.
O. Vergani