[Nombre chipriota de la adelfa]. Es la heroína de algunas canciones populares chipriotas, publicadas por primera vez por Sakellarios en 1868. El amor y la muerte dominan el destino de esta trágica figura, convertida en símbolo de la isla de Chipre en la reciente poesía neohelénica.
Criatura de gracia sonriente y luminosa, Arodafnusa es amada por el rey de Chipre y corresponde a este amor con ingenua sencillez, inconsciente e ignorante de que aquello que le parece su destino natural pueda acarrearle algún perjuicio. Durante una ausencia del rey, la reina la manda llamar a palacio. Turbada ante aquella inesperada invitación, Arodafnusa no puede por menos que aceptar, aunque no sabe qué vestido debe ponerse, que cosas debe llevar consigo y de qué manera debe saludar a la reina.
En cuanto ésta la ve, su excesiva belleza la anonada, pero aun así le manda acercarse; comen y beben juntas y juntas se pasean por el jardín. Finalmente la reina le pregunta quién es la amada del rey, pero ella finge ignorarlo. Sin embargo, cuando va a marcharse hacia su casa, la joven, bella, soberbia y coqueta, deja escapar una frase ofensiva para la soberana, frase que ésta no comprende pero que sí entienden y le explican sus damas. Airada, la reina manda llamar nuevamente a Arodafnusa, que esta vez acude presa de tristes presentimientos, vestida de negro y después de despedirse dolorida de todo cuanto ama.
La reina, furibunda, en cuanto la ve la coge por los cabellos y la arroja a un horno ardiente o, según otra redacción, le corta la cabeza. Pero antes del momento supremo, Arodafnusa, que ahora ya no niega el amor que el rey siente por ella desde hace ocho años, lanza un grito tan fuerte que el rey lo oye a pesar de hallarse en un país lejano. Según la crítica moderna, la trágica historia de Arodafnusa es el eco popular de un hecho histórico. En ella se recuerdan las torturas, que, en ausencia del rey Pedro I (1359-1369), su esposa infligió a la dama Juana L’Alemán, amada por aquél. De la leyenda de Arodafnusa y de las páginas del cronista chipriota sacó D’Annunzio elementos e inspiración para su Pisanella (v.).
B. Lavagnini