Héroe principal de la Riada (v.). Hijo de Peleo y de la nereida Tetis, y jefe de los tesalios mirmidones en la guerra de Troya, Aquiles era protagonista, en la mitología griega, de muchas historias antiquísimas, entre las cuales Homero trató únicamente el período, breve por lo que se refiere al tiempo, que media entre la disputa con Agamenón (v.) y la muerte de Héctor (v.).
Del mismo modo que deja en la sombra las aventuras anteriores de Aquiles y su muerte, que habrá de seguir en breve plazo a la de Héctor, Homero no quiso tampoco reducir a unidad demasiado rigurosa los elementos del carácter del héroe, hasta hacer de él un tipo rígidamente coherente.
Por ello Aquiles, entre los poetas posteriores, escapa en conjunto a la suerte que en general cupo a los demás personajes homéricos, de convertirse en paradigma de alguna virtud o defecto, y en modelo constante al que recurrir en determinadas situaciones trágicas o para justificar ciertas reflexiones morales. Verdaderamente, el Aquiles de la llíada «no era un tipo genérico y ejemplar, sino un personaje perfectamente individualizado, producto de aquellos tiempos, como los dioses y como los héroes^ y forjado por el poeta en aquella misma atmósfera en la que él mismo vivía; por esto no podía ser imitado en otros tiempos y por otros poetas» (De Sanctis).
Precisamente porque es un tipo tan individualizado, Aquiles no posee un carácter por completo consecuente: pasa de la ira ciega al resentimiento obstinado que le hace rechazar las ofertas de Agamenón dispuesto a reparar sus ofensas, y de aquí a los fraternales sentimientos de amistad por Patroclo (v.), y nuevamente a la ira más feroz, y por fin a una imprevista piedad hacia el padre de su enemigo muerto. Estas que a nosotros nos parecen incongruencias sin justificación psicológica, dejaban perplejos también a los griegos de una época más abierta que la nuestra al sentido común de humanidad, de patriotismo y de disciplina civil.
Sin embargo es cierto que Homero ve en Aquiles al campeón sin par del ejército griego y, como en aquellos tiempos el más fuerte estaba dotado en igual proporción de todas las demás cualidades físicas y morales, Aquiles es el más perfecto entre los héroes. Pero él, que es una de las más antiguas figuras del mito, obra según una moral que hoy nos parece ya bárbara, en la cual la ley suprema es la del honor que regula todas las relaciones: la ira funesta es sacrosanta porque el honor es sagrado.
La reparación ofrecida por Agamenón no basta, porque sólo Zeus (Júpiter) puede restaurar el orden perturbado, y Aquiles tiene derecho a permanecer insensible a la voz del patriotismo, menos imperiosa que la del honor. Al ser vencidos los aqueos, la justicia queda cumplida; sigue luego la venganza por la muerte de Patroclo, cruel pero conforme a las leyes de la guerra.
En todo ello no toman parte ninguna ni la codicia ni la obstinación irracional ni una brutal ferocidad, sino que todo se hace en vista a la ley fundamental, la del honor, fijada por Zeus, y por la profunda estimación de sí mismo, que en los héroes homéricos no sólo está justificada sino que es condición necesaria de la virtud. La amistad y la piedad humana no contrastan con la dura aplicación de la ley; por el contrario, Homero insiste en la equilibrada multiplicidad de las virtudes de Aquiles: frente a él ni Ulises (v.) ni Ayax (v.), en la embajada del canto IX, pueden lograr que se les escuche, porque en el primero prevalece el ingenio y en el segundo la fuerza; sólo el viejo Fénix, que había educado a Aquiles en todas las artes y en el equilibrio de éstas, logra hablarle y ser escuchado respetuosamente.
Pero ni siquiera Fénix puede ir más allá de los argumentos humanos, y todo queda abandonado a las manos de Zeus, el cual deberá confirmar la supremacía de Aquiles. Homero conserva la sustancia de la leyenda, regulada por las leyes despiadadas de la sociedad caballeresca más antigua (piénsese también en los sacrificios humanos que Aquiles celebra sobre la pira de Patroclo); pero parece que no quiso renunciar a interpretarla en un sentido más humano y más viril, suspendiendo su relato después de la entrevista con Príamo (v.), y especialmente insistiendo sobre el presentimiento de la muerte de Aquiles, que debe seguir a la de Héctor, como el propio Aquiles sabe muy bien.
De este modo, al principio el resentimiento de Aquiles contra Agamenón adquiere el tono de una protesta contra quien no le permite vivir intensamente el breve tiempo que le ha sido concedido, y finalmente la ferocidad de la venganza contra Héctor queda moderada por la certidumbre de que con ella Aquiles apresura su propia muerte. En la Odisea (v.) reaparece la sombra de Aquiles, con la cual se encuentra Ulises en su bajada al mundo de ultratumba (c. XI).
En la Odisea se afirma la preferencia por la vida en la paz doméstica, y ni siquiera Aquiles se sustrae a este cambio de ideales, y manifiesta una sorprendente nostalgia del mundo de los vivos, al cual quisiera volver, aunque fuera para hacer de labriego. Este deseo parece una crítica irónica de los ideales celebrados en la Ilíada, donde, entre todos los héroes, los preferidos son aquellos que viven poco y mueren en la guerra, como Aquiles, Héctor y Patroclo. La Riada había hecho de Aquiles una especie de héroe nacional, modelo de jóvenes y de combatientes y pretexto frecuente para las obras de los poetas, mitógrafos y educadores.
Pero difícilmente pudo lograrse convertir de nuevo a Aquiles en personaje poético. Los escritores se entregaron con afectuoso esmero a espigar en la vasta leyenda de la vida de Aquiles y a desarrollar e interpretar las viejas historias y crear otras nuevas. Pero los motivos de la poesía de Aquiles quedaban encerrados en el breve momento apremiante e intenso que media entre la ira y la muerte y que Homero había ya definitivamente cruzado.
Los poetas del Ciclo épico griego (v.) trataron de otros muchos episodios de su vida, anteriores unos a los hechos narrados en la Riada (educación del héroe bajo la guía de Quirón, estancia en Sciros, etc.), posteriores otros a la muerte de Héctor (guerra contra las amazonas, amor por Polixena). Pero todo este material poético se ha perdido, como se ha perdido también la trilogía que Esquilo dedicó a Aquiles (Los mirmidones, Las nereidas y El rescate de Héctor).
Píndaro, en sus Epinicios (v.), alude rápidamente a los momentos culminantes de la leyenda: la juventud heroica y la muerte de Aquiles; sus empresas de muchacho, que a los seis años asombraba a Artemis y Atena, son exaltadas en la tercera tríada estrófica de la «Nemea» III, donde se recuerda a Quirón y a Tetis, hasta que la tríada lírica se apresura a glorificar la brevedad y la nobleza de su rápida carrera, hasta los combates de Troya y la muerte de Memnón; la «Nemea» VI vuelve sobre esta victoria, y en la «ístmica» VIII, Aquiles es celebrado una vez más como vencedor de Télefo, de Héctor y de Memnón.
Pero los poetas posthoméricos se complacieron especialmente en elaborar historias de amor alrededor de Aquiles: Eurípides nos presenta al héroe fiel en cierto modo a su antigua y rígida moral cuando, en la Ifigenia en Aulide (v.), nos lo muestra decidido a defender a la hija de Agamenón contra la superstición de los griegos y a vengar el engaño del cual también él ha sido víctima (Ifigenia, v., destinada al sacrificio, había sido llamada a Aulide bajo el pretexto de que debía contraer matrimonio con Aquiles); pero en la Hécuba (v.), Eurípides presenta una de las tantas versiones del amor de Aquiles por Polixena.
En esta leyenda, aprovechada con frecuencia y bajo distintas variantes por los autores antiguos (también Sófocles escribió una Polixena), Aquiles tiene en general un papel poco importante, ya que el centro de la historia estaba constituido por el sacrificio de la hija de Príamo sobre la tumba del Pélida, y los amores figuraban sólo entre los antecedentes. A partir de esa época, las historias relativas a los amores de Aquiles se multiplican, pero las distintas leyendas sólo rara vez llegan a figurar entre la mejor literatura.
Asimismo en la literatura latina nada original se crea alrededor de Aquiles, a pesar de que su nombre aparece continuamente en las obras de los poetas, ya sea para tomarlo como ejemplo en obras de carácter sentencioso (como hace por ejemplo Horacio en la famosa oda en que, para enseñar que la felicidad perfecta es imposible, recuerda que «una rápida muerte arrebató al famoso Aquiles»), ya sea para hacerlo intervenir en las historias de amor (piénsese en la patética carta de Briseida, v., a Aquiles en las Heroídas, v., de Ovidio).
Estas referencias sirven únicamente para hacer ver hasta qué punto cambiaron los ideales en aquellos siglos de la historia antigua. Finalmente hay que decir que la Aquileida (v.) de Estacio, en la que debían recogerse todas las leyendas relativas a la vida del héroe, quedó por terminar. Y merece también observarse que el conocido episodio de su inmersión en la Estigia, gracias a la cual su cuerpo se hizo invulnerable excepto el talón, aparece por primera vez en la obra de Estacio.
F. Codino