Es el más complejo de los cuatro protagonistas de la célebre trilogía (v.) Los tres mosqueteros, Veinte años después y el Vizconde de Bragelonne, de Alexandre Dumas, padre (1802-1870).
D’Artagnan (v.) es el hombre que se atreve, Athos (v.) representa la nobleza, Porthos (v.) la fuerza; Aramis es la astucia: una astucia sutilmente hipócrita, pero no exenta de generosidad y de buena fe. Entre los cuatro, él es quien representa mejor a su tiempo: hombre de espada y de Iglesia, de amores y de intrigas en perfecta armonía con la época de un Richelieu y de un Mazarino. En Los tres mosqueteros es casi exclusivamente una figura decorativa, un soldado valeroso a la vez que algo afeminado, en perpetua vacilación entre un amor aristocrático y la vocación religiosa, pero dispuesto a seguir a sus compañeros en sus aventuras, como obligado por un sentido de la fatalidad.
Pero más tarde, convertido en prelado y una vez tomado decididamente su partido, Aramis será el hombre hermético que obra en silencio, abrazando, como por un residuo de sus elegantes actitudes juveniles, las causas más desesperadas e intentando quietamente las más alocadas empresas, como por ejemplo sustituir a Luis XIV por un hermano suyo que vive encarcelado. A pesar de todo, Aramis logra siempre salvarse.
Sus amigos deberán desconfiar de él aunque sigan amándolo y gozando de su simpatía, y, en un determinado momento, diríase que incluso desconfía también de él su propio creador. En efecto, Aramis se le ha escapado de las manos, adquiriendo una interioridad demasiado sutil para que el dinámico Dumas sepa dominarlo. Separándose del clima novelesco en que había surgido, Aramis, en la última obra de la trilogía, parece no requerir más que la mano de un Stendhal o de un Balzac para convertirse en un ser todo sutileza o todo poderío.
Tal vez por esta razón sobrevive a sus amigos: Dumas no podía hacerlo morir, porque sabía que no lo había concluido.
U. Déttore