Es, con Meleto y Licón, uno de los firmantes de la acusación a consecuencia de la cual Sócrates (v.) fue condenado a muerte como impío y corruptor de la juventud. Platón hubiera podido- considerarle como uno de sus mayores enemigos y presentarle bajo odiosos trazos, pero es tan artista que ni siquiera esta figura está jamás vista desde fuera, sino* considerada en su justo valor y a la luz de su lógica de decidido defensor de la tradición contra toda novedad, de la fe contra la crítica disolvente y de los derechos de la comunidad contra los del individuo.
En la Apología (v.) y en el Menón (v.) Anito se nos aparece, pues, como un ateniense chapado a la antigua y un burgués aferrado a las viejas tradiciones de la ciudad, que ve minadas por Sócrates cuando éste se atreve a discutir el valor de los grandes políticos del pasado como Temístocles, Arístides, Pericles y Tucídides.
Contra Sócrates, que considera a los antiguos políticos atenienses como pervertidores del pueblo en cuanto obraron no por sabiduría, sino sólo por su mera opinión, Anito, con su rudo y obtuso conservadurismo que ignora la dialéctica y los sutiles distingos, ve en Sócrates a un sofista más y le acusa de ser un «corruptor de los jóvenes», porque quiere cambiar desde su base la moral tradicional.
Platón no nos presenta a Anito ni al principio ni a lo largo del diálogo, sino precisamente al final, con aquel mismo arte consumado con que Molière pone en escena la oscura figura de Tartufo (v.), en el tercer acto de su comedia. Y Anito, en efecto, tiene algo de común con Tartufo. También, como éste, está lleno de amenazas y en el Menón las últimas palabras que dirige a Sócrates son: «Sócrates, me parece que tienes demasiada tendencia a hablar mal de los hombres. Si puedo darte un consejo y si quieres creerme, ponte en guardia.
Quizás en todos los países es más fácil hacer mal que bien a los hombres. Pero aquí es seguro, y creo que tú también lo sabes». Y a pesar de todo, Anito no carece de cierta trágica grandeza que le viene de lo que, al hacer morir a Sócrates, se proponía salvar: de la correspondencia entre su acción y su conciencia cívica y de su fidelidad a la idea democrática a cuyo servicio pone su brazo y su cabeza.
F. Lion