Personaje femenino de la novela así titulada (v.) del escritor argentino José Mármol (1817-1871). Aunque dentro de la obra queda en un segundo plano, es alrededor de ella que se desarrolla el núcleo dramático de la novela. Amalia, arrancada a la realidad, joven viuda de veinte años que vive totalmente aislada de la sociedad bonaerense, es una heroína romántica.
Su aparición en la obra la hace leyendo un volumen de Lamartine; está pálida y viste de negro; posee una sensibilidad exquisita y una imaginación impresionable «en la cual las emociones y los acontecimientos de la vida podían ejercer, en el curso de un minuto, la misma influencia que en el espacio de un año sobre otros temperamentos».
Ajena a la vida política argentina, el socorro prestado al joven Eduardo Belgrano, con quien llegará a casarse, hará de ella una de las numerosas víctimas de la dictadura de Rosas (v.). Hija de una familia de Tucumán, su padre, coronel del ejército, murió cuando ella contaba seis años; a los dieciséis casó con un rico amigo de la familia que fallecía un año después, y tres meses más tarde moría su madre.
Esta triste experiencia aumentó en ella su innata melancolía, originando la conciencia de estar predestinada al dolor y a arrastrar a la desgracia a cuantos unan su vida a la de ella. Al sentirse atraída por Belgrano temblará sólo de pensar que él pueda amarla, y en cierto momento le confesará que duda que lleguen a ser felices, porque «hay una voz que me habla no sé qué, pero que yo interpreto tristemente».
Todos estos negros presagios se realizan cuando cree haber vencido su trágico destino: momentos después de la boda con Eduardo, éste es asesinado por los hombres del dictador, y ella resulta gravemente herida. Apartada del mundo, encerrada en sí misma, el primer ser que se acercase a Amalia debía encender el amor y originar la catástrofe.
Poesía, tristeza, melancolía, amor a la soledad, negros presagios, son las notas, todas de clara raíz romántica, que caracterizan a la joven viuda; ninguna de ellas logra forzar nunca su externa e impasible serenidad — «no había nada que agitase, ni la felicidad, ni el peligro, ni la muerte aquella naturaleza»—, sólo las palabras ,y alguna vez los ojos — «esas miradas de Amalia que parecían tocar los objetos y descansar sobre ellos» — permiten descubrir su interior.
S. Beser