En La Jerusalén libertada (v.) es el rey de Jerusalén, «el tirano del país hebreo», ya que Tasso dio, como más conforme a la grandeza épica, dignidad real a quien únicamente fue un emir (el emir Ducat) que gobernaba la ciudad por cuenta del califa de Egipto.
Suspicaz y cruel, el viejo rey persigue a sus poco seguros súbditos cristianos, expulsándolos de Jerusalén; pero en el curso del poema, a pesar de que su figura queda empequeñecida por las de los campeones sarracenos, Árgante (v.), Clorinda (v.) y Solimán (v.), Aladino se presenta con un aspecto menos odioso, por razón de las desventuras que le abruman a él y a su reino y contra las cuales intenta en vano hallar defensa: ve caer la ciudad y en una salida halla la muerte, análogamente a lo que ocurre al homérico Príamo (v.), del mismo modo que durante el curso del poema su figura ha guardado semejanza con la del virgiliano Latino (v.). La imitación literaria predomina en La Jerusalén conquistada (v.), en la cual, cambiado su nombre por el de Ducalto, el mismo personaje tiende a ser una copia de Príamo y, como él, está rodeado de una numerosa prole entre la que destaca, como nuevo Héctor (v.), Argante.
M. Fubini