Protagonista del Titán (v.) de Jean Paul Richter (1763-1825). Verdaderamente quien da título a la obra es su amigo Rocquairol, uno de los más característicos representantes de aquel Titanismo (v.) que, nacido del «Sturm und Drang» (v.), marcó la juventud de Goethe y es la prometeica actitud de rebelión, de escalo del cielo y de soberbio desdén de quien siente o cree llevar en sí un mundo entero y ser bastante fuerte para sacudir el orden ético y social y hacer burla de él.
Rocquairol es un titán fracasado: su crueldad ciega a su angélica y querida hermana; nacido en lo más alto de la escala social, sólo sabe sembrar ruinas para sí y para los demás; si conquista a la mujer a quien ama, es por la violencia y mediante una estratagema, y el suicidio pone fin a su vida sin gloria.
Albano .representa, por el contrario, su contrafigura luminosa. La crítica moderna, que a partir de Goethe exalta a Jean Paul colocándolo al lado del propio Goethe, ve en Albano al prototipo del «joven alemán», puro, austero, leal, generoso, caballeroso y valiente. Durante toda la novela Albano pasa por ser el hijo del español don Gaspar de Cesara, caballero del Toisón de Oro, y de una italiana, la princesa de Lauria.
Pero al final se descubre que es el tercer hijo del duque reinante de Hohenfliss, a quien sus padres han dado aquella falsa personalidad para mantenerlo fuera del alcance de las intrigas de una casa reinante rival. Tiene tres maestros, un griego que lo inicia en el mundo de los clásicos, un preceptor alemán que le enseña las maneras cortesanas, pero su verdadero mentor es Schoppe, tipo del «raisonneur» escéptico y erudito, por quien Albano acaba por sentir un afecto filial.
Desde su infancia Albano es lo más opuesto posible al disimulo: todo cuanto piensa asoma a su rostro; es tan leal, que ni siquiera accede a atrapar para su hermanita adoptiva las tórtolas que vienen dócilmente a tomar la comida de su mano: «No quiere traicionar una confianza, ni siquiera la de un animal». Pero no tardará en revelar un enérgico carácter lleno de ímpetu y preferirá «a aquellos que buscan los trabajos de Hércules antes que a quienes cultivan fáciles empresas sin peligro».
Pronto conocerá también el amor: no el fácil y voluptuoso que le ofrecen demasiadas aduladoras, frente a las cuales él permanece «ciego y sordo, sin gusto ni olfato», sino el que le inspira una doncella pura, que conserva todo el perfume y todo el hechizo de su virginidad. Amará pues a Liane, la hermana de Rocquairol, y cuando ésta cerrará en una transfiguradora muerte su breve y apasionada vida, él podrá sólo a duras penas sobrevivir a su dolor.
Más tarde, escapando a los halagos de la duquesa reinante, amará precisamente a la altiva Linda de Romeiro. Pero sólo hallará a su compañera ideal en la princesa Idoine. A Rocquairol, que en las breves horas de su volcánica amistad le confiesa: «una fuerza mayor que yo me impulsa a embriagarme, a seducir y a simular», Albano opone su repugnancia al vicio, ya se trate del juego, ya del alcohol, y su dura sinceridad.
En la corte, a la que sólo acude cuando se ve obligado a hacerlo, pasa por soberbio y frío, porque habla poco y a pocos se acerca. En realidad, le parecen ridículos los convencionalismos cortesanos y despreciables las intrigas. Y no teme infringir la etiqueta para defender a una persona a quien aprecia o para sostener una idea en la que tiene fe. Uno de los grandes acontecimientos de su vida será su viaje a Italia.
Todos los días, en esta tierra de tan grande pasado, crece su entusiasmo por las bellas empresas arriesgadas, y aun por el riesgo en sí, ya que Albano consideraba que «para un hombre tanto valía arriesgarse como conquistar». Y como en aquellos años Francia, después de derribado el sistema monárquico y los privilegios, se disponía a salir de sus fronteras y a marchar contra la vieja Europa feudal, Albano sueña en alistarse bajo el mando de sus jóvenes generales, al servicio de la libertad y de la igualdad.
Pero este sueño suyo se desvanecerá cuando al pasar a ser soberano de su diminuto Estado hallará ante sí campo suficiente para la acción y la beneficencia. «Jamás, desde los libres y luminosos reinos del eterno Bien, hay que dejarse atraer a los mezquinos abrazos del vulgar egoísmo. En cualquier país, por pequeño que sea, hay algo que instaurar, sin buscar el favor de la multitud, sino la felicidad del pueblo». Y sólo para hacer el bien y para ejercer la justicia, Albano consiente en reinar.
B. Allason