Aconcio de Ceos y Cidipa de Naxos (dos de las islas del archipiélago griego de las Cicladas) son los protagonistas de una de las más delicadas y famosas historias de amor de la Antigüedad, una especie de novela romántica en dísticos elegiacos que Calimaco, poeta griego del período helenístico (siglo III a. de C.) incluyó en el tercer libro de su obra Causas (v.). (El título griego es Atxta, y trata de los orígenes de los mitos griegos).
Del episodio narrado por Calimaco nos han sido conservados, en un papiro encontrado en Egipto, ochenta versos del texto griego; pero podemos reconstruirlo por entero gracias a dos epístolas de amor del poeta latino Ovidio (en dísticos elegiacos), las Heroidas (v.) 20 y 21, que son respectivamente una carta de Aconcio a Cidipa y otra de ésta a aquél. Y una amplificación retórica con gran abundancia de detalles se encuentra en Aristéneto, escritor griego del siglo V d. de C.
La trama puede resumirse como sigue: el joven Aconcio encuentra en Délos, durante una fiesta en el templo de Artemisa, a la joven Cidipa, e inflamado por su belleza arroja a sus pies una manzana en la que previamente ha escrito estas palabras: «Lo juro por Artemisa: me casaré con Aconcio». Cidipa recoge la manzana, lee la inscripción y se halla así ligada involuntariamente por el juramento: por ello en la carta ovidiana se lamenta por haber sido empujada con engaño hacia su enamorado.
Aconcio, presa de su pasión, busca la soledad, y vagando por la selva graba el nombre de su amada en la corteza de los árboles. Sus torturas se hacen aún más dolorosas cuando se entera de que el padre de Cidipa ha prometido la mano de ésta a otro hombre; pero Cidipa cae enferma y su boda se aplaza. Aconcio, en su encendida fantasía de enamorado celoso, ve a su rival junto al lecho de la amada, pero Cidipa en su carta le tranquiliza: su prometido sabe muy bien que se halla ante una virgen.
Finalmente el padre de la joven se decide a consultar al oráculo de Delfos acerca de la causa de la enfermedad de su hija que nadie acierta a curar; y el oráculo le contesta que el remedio es dar a su hija en matrimonio a Aconcio. Así pueden finalmente celebrarse las bodas entre los dos jóvenes. Se trata de un tema — amor combatido, pero con resultado feliz — que la novela griega aprovechará y desarrollará y en el cual lo patético se mezcla con lo maravilloso y con lo imprevisto: el sentimentalismo un poco trivial inherente a estas historias de amor tiene el sabor de los antiguos cuentos populares.
G. Puccioni