Personaje que en la obra del mismo título (v.) de Miguel de Unamuno (1864-1937), forma con su amigo y enemigo Joaquín Monegro una nueva versión de la tragedia de Abel y Caín.
La clave de este personaje — y de todo el libro, seguramente inspirado por el Caín (v.) de Byron — está en la broma infantil de la pregunta: « ¿Quién mató a Caín?» A lo que, distraídamente, todos suelen contestar: «Abel». Aquí Abel Sánchez, artista simpático, atractivo, hombre de éxito, consume de envidia a Joaquín Monegro — la envidia, «el pecado original español» según Unamuno—: primero, la mujer que ama Joaquín se enamora de Abel y se casa con él; siempre, las glorias y los cariños siguen a Abel, «grato al Señor», mientras dejan reconcomido a Joaquín.
Con todo, ya ancianos ambos, se repite en cierto modo el crimen bíblico cuando Joaquín salta indignado al cuello de su ahora consuegro Abel, y le ve morir entre sus manos de la emoción y el susto. Joaquín, horrorizado, se siente hundirse bajo el remordimiento de toda su vida de envidia, y no tiene más escapatoria que refugiarse en el nietecillo de Abel y de él mismo: «Pero… traedme el niño».
Como es costumbre en los personajes unamunianos, Abel Sánchez está trazado con la única gran pincelada del rasgo de su simpatía y su éxito: en realidad, el verdadero protagonista de la historia es Joaquín Monegro, el médico envidioso, concentrado en su devoradora pasión. Apenas alguna sumaria caracterización de tipo de pintor académico y mundano da presencia concreta a esta figura que su autor quiso escueta, concentrada en una tragedia anímica que absorbe el mundo en torno en frases intensas y problemáticas, desdeñando la caracterización del tipo humano.
J. M.a Valverde