Con este nombre se conoce el primer diccionario publicado por la Real Academia Española. Son seis volúmenes en folio, a dos columnas, cuya aparición en Madrid va entre los años 1726 y 1739. Primer tomo, A y B, 1726; II, letra C, 1729; III, letras D-F, 1732; IV, letras G-N, 1734; V, letras O-R, 1737; VI, letras S-Z, 1739. La obra está dedicada al rey Felipe V, fundador y protector de la Academia.
En el prólogo se hace referencia a varias cualidades del diccionario: trato cuidadoso de las etimologías, no incluyendo las que no se consideran ciertas; uso de una ortografía propia; no inclusión de voces de artes liberales y mecánicas, las cuales se dejan hasta la elaboración de un diccionario especial; cita de textos clásicos que autorizan la palabra o expresión consignada, e inclusión de muchos provincialismos y voces de germanía, tales como Hidalgo, en su Vocabulario, y César Oudin, en su Lenguas española y francesa (Bruselas, 1625), las explican.
Los académicos encargados de la redacción del diccionario habían recibido un plan previo, impreso en 1713, y hoy rarísimo, en el que se les daban normas concretas en todos los aspectos. La primera norma era bien explícita y nos da idea del contenido del valioso y rico diccionario: «Lo primero se han de poner todas y solas las voces apelativas españolas, observando rigurosamente el orden alfabético en su colocación, y por consiguiente quedarán excluidas del Diccionario todas las voces y nombres propios de personas y lugares que pertenecen a la Historia y a la Geografía. Y también se excusarán todas las palabras que significan desnudamente objeto indecente».
Las demás orientaciones se refieren a normas ortográficas, de acentuación, de dosificación de conceptos, arreglo de siglas, etcétera. Los textos fichados van de 1200 a 1700 y se encuentran prácticamente todas las grandes autoridades del idioma (Crónicas medievales, Fueros, Garcilaso, gramáticos y humanistas del siglo XVI, Quevedo, Laguna, Santa Teresa, Cervantes, Padre Ribadeneyra, Saavedra Fajardo, Padre Mariana, Jáuregui, etc.). Tamaña tarea vino a ser repartida cuidadosamente entre los académicos de número, y se hizo un apartado especial para las voces de heráldica (R. P. José Casani), de cetrería (Blas Antonio Nasarre), de Matemáticas (Vincenzo Squarzafigo) y del reino de Aragón (Nasarre, Torrero y Marzo, Francisco Escuder y José Sieso de Bolea).
El Diccionario, riquísimo (13.365 voces) y excepcional trabajo para su tiempo, y de insubstituible manejo en la actualidad, no se reeditó nunca. Comenzada una nueva edición treinta y un años después, no pasó del primer tomo (A-B, 552 págs. en folio), porque la Academia se vió obligada a lanzar uno manual, que es el de Autoridades sin los textos (Imprenta Ibarra, 1780). Éste es el que se ha seguido editando sucesivamente como Diccionario oficial académico.
A. Zamora Vicente