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Una mujer llamada Muerte
de Antonio Medina Guevara

«Una mujer llamada Muerte»  Es un cuento fantástico en formato de novela – narrativa, ambientado en la preciosa ciudad colonial de Cartagena de Indias (Colombia).
En él, se da rienda suelta a la fantasía de los personajes, que se entremezclan con los maravillosos ambientes cargados de historia de la “Heroica“.
Está editado por editorial Pelícano en formato de novela de bolsillo.

Autor: Antonio Medina Guevara
Editorial: Pelícano (USA, Colombia, Centroamérica)
Primera edición: Marzo de 2.011
ISBN-13: 978-1460948170
Referencia: CO-A00512
Precio: 14.25 Dólares USA

© Antonio Medina Guevara
© Editorial Pelicano (2.011-2.14) para todos los países de habla hispana.

www.editorialpelicano.com
Arnaldo, es un joven blanco, que una mujer negra lo crió como si fuera su madre y al que las cosas le van bien con su negocio de zapatero en Cartagena de Indias. Un día conoce a dos mujeres de extraordinaria belleza: una, es la peregrina juventud en el pleno resplandor de una mulata; la otra, es una belleza madura y fría, de piel de escarcha.
Un día, decide marchar con la que le dice ser la muerte. Es entonces, cuando descubre que también es una mujer que sufre y que añora la vida de los humanos …

Unos fragmentos del libro:

Quedó el galán roto. Enamorado hasta los tuétanos de aquella mujer que destilaba belleza y misterio en cantidades astronómicas. Se quedó mirando mientras la veía desaparecer por la calle como flotando, andando lentamente en dirección a la plaza e iglesia de Santo Domingo y rodeada de una aura de virgen celestial. Con su piel tan blanca, que brillaba como una nube al sol.

Entonces llegaban las horas en las que un ciego ve lo que no pueden ver sus ojos. Escuchaba el paso del viento y le devolvía el saludo a su paso. Veía pasar los susurros de las parejas en su retiro a lugares ocultos y despedía a las hojas en su camino hasta su destino al suelo…
¡Escuchaba hasta a las almas…!
Y a veces, cuando la brisa le acercaba el sonido que llegaba de a lo lejos, de los acordes diluidos de un ballenato, se le veía mover entreabiertos sus labios y rítmicamente sus pies y la parte alta de su esqueleto…

Entonces llegaban las horas en las que un ciego ve lo que no pueden ver sus ojos. Escuchaba el paso del viento y le devolvía el saludo a su paso. Veía pasar los susurros de las parejas en su retiro a lugares ocultos y despedía a las hojas en su camino hasta su destino al suelo…
¡Escuchaba hasta a las almas…!
Y a veces, cuando la brisa le acercaba el sonido que llegaba de a lo lejos, de los acordes diluidos de un ballenato, se le veía mover entreabiertos sus labios y rítmicamente sus pies y la parte alta de su esqueleto…

Al verla ante la puerta, la niña le lanzó la mejor de sus sonrisas. Después le preguntó:
—¿Nos vamos…?
—Si Alicia…, ya nos vamos.
—Espera, que me despido de mi madre. —le dijo la niña.
—No puedes. Ella está soñando contigo y no se debe despertar a nadie de los sueños. Pero no te preocupes, ya lo sabe.
Salieron de la habitación con la niña agarrada de sus manos, alegre y dando saltitos por el pasillo…, había dejado atrás la cama y los tubos…
Ya no los necesitaba.
Corrían y corrían, los tres de la mano por los pasillos que brillaban como espejos al sol, al son de melodías que bajaban del cielo, gritando y saltando alegres por entre las gentes que parecían ignorarlos.
Por un momento se olvidaron de todo y de todos.
Iban los tres contentos, cuando sonó un grito ahogado en la habitación que dejaban atrás. Al escucharlo, la cara de la niña se olvidó de las risas y, mirando a la señora, esta se las devolvió: Le dijo que no era de su madre, que sería algún grito de alegría…, y se fueron los tres al país de Alicia.
Siguieron corriendo por los caminos del cielo. Por entre las nubes, los rayos del sol y las escarchas que caían lentas y cálidas; sintiendo a sus cuerpos tan ligeros como las alas de un colibrí…, hasta que llegaron a un nuevo país.
Al cruzar la frontera de aquél país —sin guardias ni barreras—, le entregó unos zapatos del color del cristal. Se los puso la niña dispuesta a andar por aquél paisaje de fantasía, y al hacerlo, el color de las mejillas se le volvieron tan rosadas como la más bonita de las rosas; los cabellos le crecieron en desordenadas madejas hasta la cintura, con un color parecido al del sol…, y llegaron cientos, miles de niños a recibirla…
Y allí quedó, contenta y feliz en su nuevo país…, el de Alicia.

Cuando llegaron, otro niño, este, negro como una noche y delgado como un suspiro, dormitaba en el suelo sobre una manta roída y vieja. Sus ojos, entornados a la luz que se filtraba por entre las rendijas de barro y excrementos, que componían su choza, habían olvidado sus sueños de explorador de confines cercanos; mientras que su piel brillaba bañada por la humedad de constantes fiebres, a la vez que añoraba las frescas transparencias de ríos y lagos.
Aún recordaba en su tierna piel, el calor húmedo de la selva y los aromas secos de la sabana en los interminables veranos; habían olvidado sus oídos el rugir de los leones y las risas de las hienas a la claridad de las noches de luna…, y en los pocos momentos, en que las moscas le olvidaban, volvían a su memoria las canciones de su madre que se adelantó al cielo…, tal vez, para no verlo morir.
No sabía, si dormía o soñaba, cuando la mujer de la mirada clara se presentó a su vista…

Se puede adquirir en Amazon.com y www.zujar2009@hotmail.com

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