Selvas De Amor, Lorenzo de Médicis

[Selve d’amore]. En este poemita de Lorenzo de Médicis (1449- 1492) predomina la concepción neoplatónica del amor, pero la idea filosófica no consi­gue dar unidad al conjunto, en que la fan­tasía vaga libre (de aquí el nombre de Selvas [silvas] a imitación de Estacio) en una serie de visiones semejantes a desor­denados devaneos amorosos. A los temas del Cancionero (v.) se mezclan unas veces imitaciones clásicas; otras veces siguiendo las huellas de Poliziano, el autor prueba el idilio, con voluptuosa melodía y esplendo­res cromáticos.

Un fuego juvenil de pasión circula por sus octavas; a menudo hallamos en ellas un tono de sencillo afecto, que el Boccaccio del Ninfale fiesolano (v.) había enseñado tal vez a nuestro poeta, y el pai­saje es visto de modo realista, con ojos ingenuos. En la «Primera selva» es bella la descripción del enamoramiento: una fiesta con baile en Florencia, transfigurada en el encanto de una mañana de abril; sobre este fondo botticelliano una escenita vivaz, la de la danza, típicamente medicea y de fina psicología: miradas, señas, suspiros. Se pre­para de este modo poéticamente la apari­ción de Madonna que, según el concepto neoplatónico, reúne en sí todas las bellezas esparcidas sobre las demás cosas. El motivo inicial de la «Segunda selva» es el lamento por la ausencia de la amada, una serie de apostrofes, de exclamaciones, gemidos y gritos que se levantan como ondas y se ele­van hasta el rapto en las visiones que asal­tan al alma turbada. Simboliza y prepara la venida de la diosa el despertar de la Na­turaleza: así tenemos la famosa descripción del estío, en que la dureza invernal se di­suelve en la dulce primavera, hasta que al llegar Madonna todo se enciende de amor en voluptuosa beatitud.

De este modo re­salta mejor entre esa orgía de música y de colores, la plástica escena de las ovejas volviendo a los pastos alpinos. Con todo, las alegorías (los retratos de los Celos y de la Esperanza) estropean la poesía, la cual vuelve luego con la evocación de la cita de amor, rica en intimidad, que no se vuel­ve a encontrar en ninguna de las demás obras del Magnífico: la ansiedad de la es­pera, la embriaguez del regreso, la an­gustia de la separación. La descripción de la Edad de Oro es, en cambio, un trozo «di bravura»; pesada y minuciosa traducción en verso de recuerdos culturales, en la cual es interesante el concepto humanista de la felicidad como templanza en los deseos. El poemita se cierra con la apoteosis de Ma­donna, identificada con la salida del sol: himno dionisíaco, jubilosa sinfonía de en­cendidos colores, embriaguez de felicidad, que se resume como en un epígrafe en el último verso, «la luce, la bellezza, il caldo amore».

E. Rho

Médicis, por las amplias volutas de la octava, fluye con ágil flexibilidad, como río caudaloso que difunde con diversas corrien­tes las aguas por valles en que alternan cultivos y bosques verdes, praderías y sil­vestres florestas, populosas campiñas y so­ledades amenas. (Carducci)

Composición en forma de estancias de labor generosa y abundante, algo pesada, cuyo defecto consiste precisamente en su excesivo naturalismo; una realidad minu­ciosa, observada y reproducida exactamente en sus caracteres exteriores, a la que el arte no ha hecho ágil y ligera, ni idealizada. (De Sanctis)