Salmo LXXX, Albert Roussel

Composición para tenor solista, coro y orquesta, de Albert Roussel (1869-1937), ejecutada por primera vez en París, en 1929. En el contenido poético de este salmo penitencial, el autor ha distin­guido tres estados emotivos fundamentales reducibles al esquema de una sinfonía: Alle­gro, Andante y Scherzo-Allegro.

La uni­dad, observada materialmente por la ausen­cia de separaciones, está subrayada por el uso de un tema principal que retorna va­rias veces para cerrar finalmente 4a obra. Después de la llamada inicial de las trom­pas, el pueblo oprimido eleva a Aquel que «hiere a Israel» su invocación escandida duramente por un ritmo de 4/4. Polifonía áspera, predominantemente diatónica, más a menudo polimodal que politonal, como un gran fresco sonoro, que desde el co­mienzo acusa el tono de fuerza y el color encendido predominantes en la obra. A la distensión que sigue, acompaña la primera exposición en «si bemol» del tema, por decirlo así, «conductor», que es un severo coral. Luego, las variaciones de estados emotivos, ora desolados, ora exaltados, se reflejan en las del movimiento y del color instrumental, hasta la profundidad lúgubre del cuadro «Tú los has nutrido con un pan de lágrimas».

El gran anhelo hacia el «Dios de los ejércitos» concluye el que po­demos llamar primer tiempo. El recuerdo de la antigua predilección divina por el pueblo elegido cambia la escena en torno al relato del tenor, de melodía virilmente enjuta, plástica, realzada por los salientes de vastos intervalos y amplia de respiro según el gusto de Roussel, músico meló­dico. «Ella extendía sus ramas hasta el río», la imagen bíblica de la grandeza de Israel, simbolizada por la fecundidad de la viña, mueve el impulso irresistible que sube len­tamente de los bajos por toda la masa de cantores hasta desembocar en la reapari­ción del coral en «si mayor», ya presente en los bajos comienzo del solo. Pero la interrogación casi rebelde sobre el porqué de aquella devastación, concita el ritmo y nuevamente lo altera y lo modifica. Una vez más, movimientos de humillado fervor (el murmullo del coro bajo la invocación del tenor) y por fin el predominio de la apasionada violencia, que se vierte en una fuga de amplio desarrollo (nuevamente en 4/4 Allegro deciso) cuya intensidad fó­nica crece hasta la repetición del coral; ocasión, ésta, para un ensayo ejemplar de aquel desarrollo melódico por alteraciones modales, reconocido como novedad sintác­tica aportada por Roussel.

La esperanza, encendida con fuerza por la exposición del tema en «si mayor» en su máxima dilata­ción melódica, se transfigura perdiendo poco a poco los sostenidos de la tonalidad has­ta la fervorosa oración remisiva de las voces solas, apoyadas por un canto «pizzi­cato» de cuerdas bajas, con el cual todo el clamor vuelve a entrar dulcemente en el silencio. «Escrita de un solo aliento y sin ningún esfuerzo», como declaró el autor (1928), esta obra, que es una etapa funda­mental de la madurez del artista, cuenta con un destacado valor propio aun en me­dio del florecimiento contemporáneo de composiciones sobre el Salterio de David.

E. Zanetti