Recopilación de romances del poeta español Ángel de Saavedra, duque de Rivas (1791-1865), publicada en 1841. Iniciador, junto con Martínez de la Rosa, del romanticismo en España, el duque de Rivas contribuyó quizá más con esta recopilación que con sus dramas a definir el nuevo clima literario.
La crítica ha indicado abundantemente las influencias, en especial francesas e inglesas, experimentadas por el duque de Rivas; pero, por encima de ellas, estos Romances se enlazan con una tradición esencialmente española, tanto por la forma (el vetusto octosílabo asonante de los viejos romances) como por el tema ampliamente tomado de la leyenda nacional. En número de 69, se agrupan en torno a diversos temas, en parte sacados de la historia y en parte creados por la fantasía del autor; y en todos ellos hallamos el colorido, la imaginación, incluso el tono dramático del Romancero (v.). Los mejores son precisamente aquellos que permiten al autor emplear sus cualidades descriptivas y retratar en bocetos dramáticos y narrativos, acontecimientos y figuras de la vieja España. Así, por ejemplo, en «El conde de Villamediana», que incluye muchos elementos novelescos en la leyenda de los amores de este gentil poeta (v. Poesías) hacia la reina Isabel de Borbón y en su asesinato a manos de sicarios de Felipe IV. O «Don Alvaro de Luna», que se inspira en la figura del famoso condestable de Juan II, su variada fortuna y su martirio final. A la leyenda de Colón están dedicados los seis romances de los «Recuerdos de un gran hombre» y a la conversión de San Francisco de Borja los cinco de «Un solemne desengaño».
Sobre crónicas y tradiciones españolas se basan también los demás: «El Alcázar de Sevilla», «Una antigualla en Sevilla», que evoca la leyenda de don Pedro el Justiciero; «Un castellano leal», sobre la lealtad del conde de Benavente; «Una noche en Madrid en 1578», sobre el asesinato de Juan Escobedo y los amores de la princesa de Éboli; así como «El fratricidio», «Un embajador español», «La muerte de un caballero», «Amor, honor y valor», «La victoria de Pavía», «La buenaventura», etc. El mismo sentido de lo dramático y lo pintoresco se encuentra en los romances de pura fantasía, como «La vuelta deseada», que narra las románticas aventuras de un desterrado político que vuelve a su patria precisamente el día en que se celebran los funerales de la amada; como en «El cuento de un veterano», sombrío drama de sangre y de venganza; en «El sombrero», etc. El último romance, «Bailén», exalta a los héroes de la guerra de la Independencia. «El mérito principal de estos romances — advierte Montoliu — está en la ejemplar fidelidad con que, en su composición, el poeta siguió el sentido de la secular tradición nacional de este género. Los romances son verdaderas ramas separadas del viejo árbol del Romancero y se oculta en ellos el mismo espíritu que se perpetuó desde la épica castellana de los primitivos cantares de gesta hasta los romances de Moratín. Objetividad y color realista, agilidad maravillosa en el movimiento dramático, narración briosa y sintética, viveza y naturalidad del diálogo son las notas que distinguen a estos romances, como distinguen a todo el Romancero».