Colección de romances místicos de Félix Lope de Vega Carpió (1562-1635); publicada probablemente en Pamplona en 1619, pero cuya más antigua edición conocida lleva fecha de Zaragoza, 1622.
La obra no es mencionada por el autor en su Epístola a Claudio Conde y tampoco la cita su discípulo y biógrafo Montalbán en la Fama Postuma, pero la omisión se explica por el hecho de que la colección era considerada por Lope como una continuación de las Rimas Sacras (v. Rimas), pues muchos de los 42 romances contenidos en el volumen ya habían sido publicados en las Rimas. También las composiciones añadidas, las «estaciones» del Vía-Crucis, tienen el mismo fervor de fe, el mismo tono ingenuo y popular de los romances de las Rimas, y los mismos transportes místicos que recuerdan los Soliloquios (v.), pero en el Romancero, Lope no busca ya a Dios en el tema único del «desengaño» y de la «vanitas vanitatum». El sentimiento religioso se exterioriza aquí en los motivos litúrgicos de la tradición, aunque sin empobrecerse jamás con toques anecdóticos.
Los romances celebran los misterios de la Natividad, de la Pasión, etc., el Santísimo Sacramento, la unión del alma con Cristo… El grupo de veinte romances titulados «La redención del género humano» es una serie de meditaciones sobre cada una de las estaciones del Vía-Crucis: «A la despedida de Cristo, Nuestro Bien, de su Madre Santísima», «Al lavatorio del falso Apóstol», «A la oración del huerto», «A la prisión», «A los azotes», «A la corona», «Al Ecce Homo», «Al poner a Cristo en la Cruz», y así sucesivamente. En torno a las escenas de la Pasión se combina un juego de imágenes y figuras de tipo popular que tiene la ingenua rudeza de los belenes de la época. Bellos por la rapidez de los pasajes e intensidad de sentimiento son la «Villanesca al Santísimo Sacramento» y los dos romances dedicados «Al seráfico Padre San Francisco» y «A las llagas».
Abundan también en esta obra la encantadora espontaneidad y las imágenes felices; el misterio de la fe es logrado a través de un realismo sentimental que capta en sus aspectos más concretos y dramáticos la palpitante humanidad de lo divino. De todos modos, bajo el ropaje popular de estos romances se deja entrever la profunda cultura teológica del autor. Asimismo el estilo, a pesar de ser simple y directo, tiene una ingenuidad demasiado premeditada, que, si bien no incurre jamás en afectados refinamientos, confirma hasta qué punto «la difícil facilidad» de Lope estaba emparentada con el conceptismo.
C. Capasso
Creemos que el valor de Lope como poeta lírico está encerrado principalmente en sus composiciones de carácter popular y en las místicas y devotas. (M. de Montoliu)
Lope sacerdote, cantor del catolicismo oficial de una parte, y de las ternuras personales ante el tema vivo de la Encarnación y la Redención, asceta ante la calavera, en oración como un monje de Zurbarán, es todo un símbolo de raza. Los niños y pastores de Murillo, los penitentes de Ribera, los éxtasis ante el Jesús personal de Santa Teresa se aúnan en esta alma grande de artista, en la que, siendo tan intenso poéticamente el amor humano, llega a serlo aún más el sentimiento religioso. (A. Valbuena Prat)