Es el título de la más divulgada colección poética de Federico García Lorca (1899-1936), publicada en 1928. Federico García Lorca sobresale entre los poetas de su generación (Alberti, Guillén, Altolaguirre, etc.) por la singular mezcla de vena popular y de inspiración culta, por su naturalísima síntesis entre la espontaneidad de cierto folklore español, y más específicamente andaluz, y la búsqueda de transposiciones metafóricas, el gusto por las analogías remotas y arriesgadas; en una palabra, la mística de las «correspondencias» propias de la reciente poesía mundial, y particularmente francesa, desde Apollinaire a los surrealistas, que a su vez tiene por santos patronos a los grandes líricos del Decadentismo (v.) y del Simbolismo (v.).
La riqueza y vivacidad de inspiración de García Lorca consigue que en las zonas más felices de su obra los dos elementos se fundan de modo perfecto, y todo cuanto pudiera parecer juego intelectualista o puro automatismo verbal resulte rescatado por la naturalidad del sentimiento y del gesto poético. Lorca, desde sus comienzos, parece acoger sin discriminación y sin ironía una materia convencional — hemos hablado de folklore — hecha de lugares comunes sentimentales y pintorescos — Andalucía, los gitanos, las venganzas amorosas, los desafíos rústicos, la danza y la copla —, toda la España proverbial de pasión y de color de la que Mérimée ofreció a Europa el primer clisé romántico. Verdad es que, menos que la poesía francesa, y menos todavía que la italiana, la poesía española de hoy conoció los límites de aquella conciencia autocrítica que maceró y tornó descarnada y preciosa la obra de poetas como Valéry, Ungaretti y Móntale; por otra parte, es necesario tener presente que la poesía española tuvo la fortuna, aun en sus experiencias más refinadas, de no perder nunca completamente el contacto con la^ honda espontaneidad de aquella inspiración popular, que en la obra anónima del Romancero (v.) tuvo, y tal vez tiene todavía, su continuidad histórica.
Por lo que la fidelidad de Lorca a este su mundo inicial de pintoresco convencionalismo es interpretada en un sentido mucho más serio que el de una fácil utilización de motivos. Por otra parte, á diferencia de los poetas que, por cualquier aspecto, pueden considerarse como sus maestros, como J. R. Jiménez y Antonio Machado, él ignora las transposiciones meditativas o platonizantes y permanece anclado en la realidad de los aspectos inmediatos, violentos y sensibles, en un terreno de naturalismo impresionista, aunque líricamente alucinado — como se especialmente en su mejor teatro, el de Bodas de sangre (v.) o la Casa de Bernarda Alba (v.) —, por lo que mejor todavía se comprende su necesidad inicial de un repertorio de imágenes establecidas de antemano. Con el Romancero gitano, exceptuando alguna gran oda y poesía lírica posterior, García Lorca alcanzó sin duda el punto más feliz y coherente de su inspiración. El mundo de los gitanos andaluces, en un clima de deformación fantástica y de invención irreal, se convierte para Lorca en símbolo de la naturalidad, y de la inocencia prístinas que son el auténtico paraíso de la poesía. El amor, en su acepción más inmediata y sensual, y la muerte, también interpretada como violencia de vida, prestan al cuadro colores encendidos y fúnebres.
La soñolienta cadencia del romance, el ritmo de cantar de su verso, sus vagas asonancias, le consienten la liberación de visiones algo indefinidas, figuras y episodios logrados en una continua explosión de invenciones mentales y verbales, y sobre este fondo indefinido, la cláusula acre, el rasgo sensual se recortan con mayor relieve y los propósitos prosaicos y grotescos que a veces podrían parecer invenciones caricaturescas, se funden en idéntica impresión de realidad, a la vez soñada y translúcida, llena de infinitas referencias sensibles. Entre los romances de mayor lirismo se encuentran el «Romance de la luna, luna…», con su bruma de adormecida conseja y, sobre todo, el «Romance sonámbulo» («Verde que te quiero verde / Verde viento, verdes ramas. / El barco sobre la mar / y el caballo en la montaña…»), donde en una fría penumbra verde se vislumbra, apenas delineada, una historia trágica de amor. En otros romances más movidos y realistas, como en la «Reyerta», en la «Casada infiel», en la «Muerte de Antoñito el Camborio», en el «Romance de la Guardia civil española», etc., la vida de los gitanos, el amor y la venganza, los encuentros con los hombres de la «benemérita» española — agigantados hasta transformarse en grotescos esperpentos — aspiran a una especie de épica popular fresca y decorativa.
A un decorado de gusto casi surrealista llegan los romances inspirados en leyendas locales («San Miguel», «San Gabriel»), o en episodios apologéticos o bíblicos («Martirio de Santa Olalla», «Thamar y Amnón»), en que los acres coloridos sensuales se precisan y congelan en pura estilización fantástica. En los romances, los elementos convencionales y tradicionales de la poesía de Lorca, transfigurados por su imaginación rica y febril, son elevados al relieve, a la ejemplaridad y ^a la elegancia de la alta poesía. Más tarde el poeta impondrá a su canto miras todavía más ambiciosas, abrirá aún más la vena rumorosa de la analogía surrealista, y en Poeta en Nueva York (v.) dejará oír, entre las imágenes de un mundo convulso y exasperado, el grito de la angustia social frente a nuestra época atormentada. Pero quizá sólo con el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935), o sea, un tema de típica tradición española — la muerte de un torero en la arena —, alcanzará una vez más la perfección poética con un acento de desolada elegía y horror piadoso en que se puede leer casi el presentimiento de su propio y trágico destino.
S. Solmi
Federico García Lorca, el gran intérprete del alma popular colectiva, sumándose, como otro Lope, a ese mundo tradicional e infinito, con la musicalidad ágil de su origen, con la síntesis de finura y gallardía agitanada, con la riqueza de imágenes y encanto de continuidad lírica, es una cima importante de la poesía española: ha dejado una gran huella ya en discípulost que después han adquirido personalidad independiente, ya en una escuela de meros seguidores, especialmente del Romancero gitano, como los artistas de toda una época ó un estilo. (A. Valbuena Prat)