Faltan noticias precisas sobre este poeta del siglo XIII: nació en Montella, en la región napolitana, pero su pertenencia a la noble familia de los d’Aquino y su identificación con el Rinaldo citado en diversos documentos del siglo XIII no es aceptada por todos los críticos.
A Rinaldo d’Aquino se le atribuyen un soneto y un reducido número de canciones y letrillas; en total, unas diez, aunque algunas no se ven libres de cierta duda que los más infatigables filólogos no han logrado eliminar en los problemas referentes a la antigua poesía italiana. En todo caso se encuentran en la poesía de Rinaldo d’Aquino los temas y modos característicos de todo aquel primer movimiento de la poesía italiana que tuvo como centro de atracción la corte de Federico II y que se denominó «escuela siciliana»; el amor es un servicio caballeresco, ejercicio de alta cortesanía, y el amante s£ halla ante la dama sentada sobre el trono de su belleza y de su prudencia, como el vasallo ante el señor, jurándole amor eterno, fidelidad y lealtad. Todos ellos son temas derivados de la poesía «cortesana» de Provenza, penetrada de espíritu feudal y caballeresco, escasamente elaborado, en un lenguaje que sólo en contadas ocasiones y trabajosamente halla el tono justo entre el desaliño terminológico del habla «vulgar» y la artificiosa elegancia de los términos áulicos vertidos del provenzal.
La más notable de las canciones de Rinaldo d’Aquino es la que comienza «Ahora, cuando florecen / y se muestran reverdecidos / los prados y riberas» entonada sobre el motivo provenzal del comienzo de la primavera, tan frecuente en los poetas italianos del siglo XIII; y todavía es más famosa la canción que canta el lamento de la mujer cuyo amante parte, como cruzado, para Tierra Santa. La flota está dispuesta en el puerto y presta a zarpar; allí está el amante, posiblemente en el alcázar de una nave, frente a ella, y la dama derrama en la doliente dulzura del canto toda la angustia de su corazón. Noches y días enteros ha llorado ella, y el santo signo de la cruz que adorna el pecho del amante y es símbolo de salvación, es ahora la causa de su amorosa perdición. Con las invocaciones al Señor se mezclan palabras de angustia en las que afloran los recuerdos dolorosos de días felices; parten las naves, pero que al menos sepa el amante en qué angustia vive su amada. La canción se cierra con un nostálgico motivo «de tierra lejana»: «pero te ruego, mi dulce bien / que sepas mi dolor / que me hagas un soneto, / que yo no puedo vivir / ni de noche ni de día; / en tierras de ultramar, está la vida mía». La canción está desarrollada con fino y culto sentido artístico y no carece de algún indicio de manierismo; pero también ofrece una gracia y una doliente dulzura melódica que embellece y acompaña el movimiento franco y natural de los afectos.
D. Mattalía
Sentimientos gentiles y afectuosos son expresados aquí en lengua sencilla y de puro sello italiano, con simplicidad y verdad de estilo, con suave melodía. (De Sanctis)