Ricardo III, William Shakespeare

[The Tragedy of King Ri­chard III]. Drama histórico en cinco actos, en prosa y en verso, de William Shakespeare (1564-1616), escrito hacia 1593 e im­preso en in-cuarto en 1597, 1598, 1602, 1605, 1612, 1622, y en in-folio en 1623.

Los he­chos históricos están casi todos tomados de las crónicas de Edward Hall o Halle (La unión de las dos nobles e ilustres familias de Lancaster y de York [The Union of the two noble and illustre Famelies of Lancestre and Yorke, 1548]) y de Raphael Holinshed, ambas basadas, a su vez, en las Anglicae Historiae (1534) de Polidoro Virgili de Urbino (14709-1555?) y sobre la incompleta Historia del rey Ricardo Tercero [The His- tory of King Richard the Third, 1513] atri­buida a Santo Thomas More. En el centro del drama se halla el personaje del usur­pador Ricardo, duque de Gloucester (v. Ri­cardo III), aparecido ya en Enrique IV, par­te tercera (v.). Ricardo, escondiendo bajo benignas apariencias sus diabólicos planes, hace que su hermano Eduardo IV sospeche del otro hermano, Jorge, duque de Clarence, y lo ponga en prisión; luego lo hace matar por sus sicarios y arrojarlo a una cuba de malvasía. Corteja a Ana, viuda de Eduardo, príncipe de Gales, en tanto ella sigue al féretro de su difunto marido, epi­sodio que hace pensar en la famosa situa­ción de la matrona de Éfeso en el Satiricón (v.) de Petronio, porque Ana, después de haber insultado a Ricardo, cede a sus pretensiones de amor.

Muerto Eduardo IV, Ricardo, convertido en protector del reino durante la minoría de Eduardo V, cons­pira para usurpar el trono. Recluye al jo­ven rey con su hermano Ricardo en la To­rre de Londres, y con la ayuda del duque de Buckingham se hace proclamar rey. Hace asesinar en la Torre a los hijos de Eduar­do IV, y quita de en medio a los pares no partidarios suyos: Hastings, Rivers y Grey. Para fortalecer su posición, el usur­pador repudia a Ana para casarse con su joven sobrina, Elisabeth de York, hija de Eduardo IV, y, en una escena parecida a la de la conquista de Ana, persuade a la viuda de Eduardo IV, la reina Elisabeth, a con­sentir en el matrimonio. Buckingham se rebela ante la ingratitud de Ricardo, declarándose por el conde de Richmond (Henry Earl of Richmond), pero es capturado y condenado a muerte. Por fin las tropas del usurpador combaten con las de los rebel­des en Bosworth (1485), y Ricardo, después de una noche atormentada por la espan­tosa visión de sus víctimas que se le apa­recen (escena que no se cree de Shakes­peare), es muerto en la batalla. Richmond asciende al trono con el nombre de En­rique VII.

Entre las mejores escenas figura aquella en que la vieja reina Margaret, viu­da de Enrique VI, maldice a los demás personajes del drama, culpables de la pér­dida de su marido y de los suyos; sus mal­diciones, según muestra el desenvolvimiento del drama, se cumplen, por lo que la figu­ra de la anciana cobra casi la categoría de una Erinnia. El estilo es amanerado y re­tórico, con repeticiones de comienzos de versos y otros artificios, tales como invecti­vas, imprecaciones, etc. De un extremo a otro lo recorre como motivo dominante la palabra «sangre». Pero el carácter de Ri­cardo es muy vigoroso, aunque poco sutil. Psicología y estilo han parecido demasiado elementales para ser de Shakespeare, pero muy bien pueden ser suyos, si se piensa no en el Shakespeare de las grandes tragedias de la madurez, sino en el de las primeras tentativas, todavía influido por sus prede­cesores, sobre todo por Christopher Marlowe (1564-1593). El episodio de la muerte de los jóvenes hijos de Eduardo, narrado por un personaje que ejerce la función del men­sajero de la tragedia clásica, es famoso, y debía sugerir un cuadro muy notable de Paul Delaroche (1797-1856). Es también fa­mosa la exclamación de Ricardo, que bus­ca una nueva cabalgadura en la batalla de Bosworth: «Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo» [«A horse, a horse, my kingdom for a horse!»]. [Trad. de Luis Astrana Marín en Obras completas (Madrid, 1930; 10.a ed., 1951)].

M. Praz

Todo cuanto Shakespeare ha perdido para nosotros como poeta dramático, lo ha ga­nado como poeta en general. Es un profun­do filósofo, y en sus dramas se aprende a conocer el corazón humano. (Goethe)

No conoce otra vida que la terrena, vigorosa, apasionante, afanosa, debatiéndose en­tre la vida y el dolor, y en torno a ella y sobre ella, la sombra del misterio. (B. Croce)