[Liriche]. Con este título de Liriche fueron compiladas en Nápoles, en 1909, y en edición definitiva, con prefacio de F. M. Martini, en 1922, las poesías de Sergio Corazzini (1887-1907).
Se habían ido publicando primeramente entre 1904 y 1906, en varios volúmenes (Le dolcezze [Las dulzuras], L’amaro calice [El cáliz amargo], Le aureole [Las aureolas], Poemetti in prosa [Poemitas en prosa], Piccolo libro inutile [Pequeño libro inútil], Elegia [Eleqía], Libro della sera della domenica [Libro de la tarde del domingo]), y alcanzaron muy pronto un renombre que la muerte precoz del poeta rubricó con una nota romántica. En el círculo de los «crepusculares», lánguidos y vaporosos, Corazzirii aportó una nota de dolor y de bondad que lo enlaza con Samain y Jammes, más aún que ¿con sus compañeros de arte Moretti, Palázzeschi y hasta Martini.
Sus confesiones de pobre poeta sentimental («le mié tristezze sono povere tristezze comuni./ Le mié gioie furono semplici./semplici, cosi, che se io dovessi confessarle a te arrossirei./Oggi io pensó a moriré») se cubren con un débil velo caricaturesco de irónico que se consuela con las últimas imágenes de su fantasía. Anhelos de un corazón ingenuo y taimado a la vez, desilusiones, tormentos de vanas esperanzas, son motivos de una visión suspirante pero atenta a una sonrisa de extrema sabiduría; en Corazzini el sentimiento está siempre bajo la salvaguardia de una observación cauta y tal vez algo maliciosa de la vida y de sus inútiles engaños para quien tiene el espíritu bien dispuesto para morir.
Dentro del Crepuscularismo de principios de siglo estas poesías (entre los Poemitas en prosa es notable el «Soliloquio de las cosas») tienen un valor propio, suave pero consistente, de documento literario, no despreciable históricamente. El mismo mudo acento que preludió la muerte de este joven de veinte años («Perché tu mi dici: poeta? Io non sono un poeta./Io non sono che un piccolo fanciullo che piange…») revela un sentido amargo y sutil de la vida, la sencilla vida de las cosas que pierden poco a poco todas sus hojas, en un supremo anhelo de vida.
C. Cordié