Poesías, Leandro Fernández de Moratín

La obra poética del autor español Leandro Fernández de Moratín (1760-1829) representa el punto culminante de la lírica española del período neoclásico. Empezó a escribir dentro del estilo de su padre, Nico­lás Fernández de Moratín (v. Poesías).

A los veinte años la Academia Española le premia el poema épico La toma de Granada por los Reyes Católicos Don Femando y Doña Isabel. En este poema, todavía inex­perto, pero que contiene sin embargo esce­nas y pasajes de valor literario (así la pelea de Ponce de León con los incendiarios de Santa Fe), se acusa ya su gusto por la minuciosidad, una tendencia a lo plástico y descriptivo que será la característica de su obra. El autor se nos presenta ya con la obsesión de la precisión lingüística, que le distinguirá dentro del mundo poético de su tiempo. Pronto supera Leandro Fernández de Moratín la obra de su padre. Su poesía adquiere un valor de intimidad y de efu­sión, de emoción melancólica, por una par­te, y, por otra, un acento satírico, que ya no habrán de abandonarle en toda su pro­ducción literaria posterior.

De esta actitud satírica es muestra su Lección poética o Sátira contra los vicios introducidos en la poesía castellana, en tercetos, en los que critica a autores contemporáneos y pasados y expone su punto de vista sobre los géneros literarios, la lírica, la épica y la dramática. Al hablar de la lírica se pronuncia contra la exageración, las metáforas violentas, las redundancias, los juegos de palabras, los equívocos, la vulgaridad, el uso de cultis­mos (que aprovecha para atacar a Góngora), arcaísmos, etc. Famosas son sus epístolas «A Andrés» y «A Claudio» y sus composi­ciones «Los días», «Cuentas de Eliodora», «A un ministro», «Al príncipe de la paz» (dedicadas estas dos últimas a Godoy que le protegió y comprometió su vida y gra­cias a esto fue objeto el poeta de duras crí­ticas), «A Geroncio», «A Pedancio». En muchas de estas composiciones aparece la vena satírica del autor, mezclada a veces con humorismo, como en «A un escritor desventurado, cuyo libre albedrío quiso comprar».

Y es que a lo largo de su vida Moratín tendrá que mantener una actitud polémica constante dados los ataques de que fue objeto por sus contemporáneos. Por su parte, el poeta era un retraído y un amargado, lo cual nos permite explicar este aspecto de su poesía. La poesía de Moratín destaca muy por encima de la de los otros poetas de su tiempo. En medio de tanta poesía prosaica, de tantos versos con pre­tensiones filosóficas, la lírica de Moratín sobresale por una serenidad transida de honda melancolía. Con contención horaciana, el poeta canta su amargura, su sen­timiento del destierro, el espectáculo de los hombres: «¿Por qué a la tumba, presu­rosa corre/la humana estirpe, vengativa, airada,/envidiosa… De qué, si cuanto exis­te/y cuanto el hombre ve todo es ruinas?». La meditación de la muerte se impone a nuestro poeta: «Esto a mi corazón le bas­ta… y cuando/llegue el silencio de la no­che eterna,/descansaré, sombra feliz, si al­gunas/lágrimas tristes mi sepulcro bañan».

El poeta siente el paso del tiempo desde el destierro. Como muchos afrancesados, expe­rimenta la doble tragedia de la ausencia y del desprecio de los compatriotas. Las poesías que mejor revelan esta situación, y que son a la vez de lo más emocionado que el poeta escribió, son «La despedida» y «Elegía a las Musas». Así dice en esta última: «Esta corona, adorno de mi fren­te,/esta sonante lira y flautas de oro,/y máscaras alegres, que algún día/me disteis, sacras musas, de mis manos/trémulas reci­bid, y el canto acabe,/que fuera osado in­tento repetirle». Desde el destierro, Moratín ve a la patria infeliz y desea para ella la mayor ventura: «Si no es eterno/el rigor de los hados, y reservan/a mi patria infe­liz mayor ventura,/dénsela presto,/y mi postrer suspiro será por ella». Y la imagen de su muerte viene a continuación: «…en silencioso/bosque de lauros y menudos mir­tos/ocultad entre flores mis cenizas».

Ade­más de estas composiciones y de las ya citadas, debemos recordar las epístolas a Jovellanos, a José Antonio Conde, «A Clori, histrionista en coche simón», «La sombra de Nelson», «Idilio a la ausencia», «Silva a Don Francisco de Goya, insigne pintor». En su poesía parece que a veces se anun­cia ya el romanticismo. De esto nos dan testimonio sus cartas, en las que habla de paisajes, de la impresión que le produce el mar o la naturaleza. Así escribe en una carta: «Vi por primera vez el mar. No me hartaba de verle… el espectáculo del mar es interesante y maravilloso». En otra oca­sión nos habla de «la tremenda soledad del bosque, y el rumor incesante de las aguas, que asorda el valle y retumba en la con­cavidad del monte, todo inspira una melan­colía deliciosa, que se siente y no se puede explicar». Dentro de Moratín había un ro­mántico; por esto sus versos poseen esta vibración que supera el formalismo de la escuela y se adentra en el alma.

Los prejui­cios del Neoclasicismo (v.) fueron para él una limitación. De la misma manera en sus Orígenes del teatro español, por encima de las críticas que puedan merecer, manifiestan un gusto por el teatro español prelopista y revelan en el autor una gran condición de crítico. Pero esto ya es en sí sintomático. Lo que en el Romanticismo (v.) será incen­dio, en la poesía de Moratín es todavía fue­go escondido, que proporciona una emoción cálida a sus versos. Valbuena Prat afirma que en la composición «Elegía a las Mu­sas» hay algo de «raciniano». Pero las notas de paisajes antes aducidas, la preferencia por los temas de la muerte y de la melancolía, anuncian ya el Romanticismo. Vea­mos cuán lejos están de la retórica acarto­nada del Neoclasicismo estos versos de la composición «A la muerte de don José An­tonio Conde, docto anticuario, historiador y humanista»: «¡Te vas mi dulce amigo,/ la luz huyendo al día!/¡Te vas y no con­migo!/ ¡Y de la tumba fría/en el estrecho límite/mudo tu cuerpo está!/Y a mí que débil siento/el peso de los años,/y al cielo me lamento/de ingratitud y engaños,/para llorarte, ¡mísero!,/largo vivir me da».

No debemos olvidar que además de valorar el teatro prelopista, Moratín tradujo a Sha­kespeare. El poeta usa los metros propios de la escuela neoclásica, pero hace inno­vaciones en la métrica y tiene una ten­dencia al endecasílabo libre. El mismo afir­maba que la poesía tenía muchas posibi­lidades, como si intuyera los movimientos modernos. Las Obras completas de Leandro Fernández de Moratín fueron publicadas en 1840 por la Real Academia de la Historia. En 1867-1868 se publican en Madrid Obras póstumas. La edición de su obra en la «Bi­blioteca de Autores Españoles» fue reali­zada por Buenaventura Carlos Aribau.

A. Comas