Poesías, Justinus Kerner

Fueron publicadas durante la vida de Justinus Kerner (1786- 1862) cinco recopilaciones de su obra poé­tica: Poesías [Gedichte, 1826], Poemas bre­ves [Dichtungen, 1834], Poesías líricas [Ly­rische Gedichte, 1847], La última floración [Der letzte Blütenstrauss, 1852], Floración invernal [Winterblüten, 1856].

Este román­tico suevo, médico, jovial amigo de Arnim, Uhland y Eichendorff, tiene en común con estos poetas el tono ingenuo y sencillo de la canción popular, hasta el punto de figu­rar en la famosa colección El cuerno maravilloso del niño (con la canción «Mir träumt, ich läg gar bange»). Riqueza de fantasía y melancolía pensativa se expre­san en sus poesías, que tratan con fre­cuencia el tema de la muerte: «El cami­nante en el aserradero» [«Der Wanderer in de Sägemühle»] ve caer cuatro tablas y piensa con angustia en el ataúd. En el «Elo­gio del abeto» [«Preis der Tanne»] el árbol se jacta ante la vid del privilegio de ofre­cer descanso a los cansados de la vida, porque «¡cuánta paz encierran mis troncos!».

Como Novalis, ve en la muerte la curación del dolor, y expresa este pensamiento en la hermosa poesía «Más de un canto he concebido/en las sombras de la selva» [«Wohl hab ich manches Lied erdacht/In Waldes Dämmerungen»] y en la sugestiva balada «Cabalgada del emperador Rodolfo hacia la tumba» [«Kaiser Rudolfs Ritt zum Grabe»]. Pero posee también el vivo senti­miento de la naturaleza característico de los románticos, la alegría del vagabundeo, el amor nostálgico de la tierra nativa; es famosa la «Canción del caminante» [«Wanderlied»], para quien las rutas del mundo están mudas, porque lleva en el corazón su patria chica. El elemento musical propio de estas poesías las ha hecho apropiadas para la música y el canto, como la popular balada de Eberardo de la Barba [«Ballade auf Eberhard im Barte»], el buen conde de Württemberg a cuya protección quisieran acogerse todos sus súbditos.

Es gra­ciosísima, en fin, la pequeña romanza «El violinista de Gmünd» [«Der Geiger von Gmünd»], donde la imagen de Santa Ce­cilia, para dar las gracias al violinista, arroja al regazo de éste sus chapines de oro. Lo cual demuestra que Kemer, pese a ser seguidor de las doctrinas de Mesmer y a pesar de los aspectos sombríos de las mismas, no carecía del sonriente humorismo de su pueblo suevo.

C. Baseggio-E. Rosenfeld