Publicadas en varias colecciones (Poesie meliche, 1659-1670, Episodi eroici, 1667, y Epigrammata, 1653), las poesías de Giuseppe Battista (1610-1675) tienen para los modernos un notable interés en la historia del movimiento marinista.
Uno de los caracteres predominantes de este napolitano vivaz y barrocamente sensual es el contraste entre su propia obra de artista y la exigencia de la eternidad. En el soneto «Ahora que se inician las cosas, escucho los vientos» [«Or ch’han le cose esordio, ascolto i venti»] el poeta admira la hermosura de la naturaleza, el leve soplo de los vientos, la alegría de los pájaros: todo ríe en torno y sólo su corazón se encierra en la soledad; y el retorno de la primavera que para todos es alegría a él no le trae sino dolor («II mondo è tutto lieto, ed io son mesto»). Esta actitud petrarquista es llevada por Battista hasta el extremo del refinamiento: él siente el sufrimiento de amor por la belleza y el desdén de Madonna («Oh della fede mia bianchi trofei!») y desea la paz, bálsamo de tanta angustia, en el seno de la naturaleza («D’api dorate é qui grappolo folto»), siempre soñando con volver al pueblo natal, entre bosques y peñas solitarias («Miro quel giorno pur, che de’ miei giorni»).
En otras partes el poeta expresa, de manera todavía más directa, su amor a la naturaleza; un almendro en flor o el trabajo sencillo de los campesinos y de los obreros; pero siempre en Battista predomina aquel rebuscamiento barroco, que se vale de contraposiciones formales, de «concetti» agudos y de otros juegos académicos semejantes. Son interesantes sobre todo por su acento de íntima confesión los sonetos acerca de su propia vejez («Un Caucaso di nevi ho in su le chiome») y los padecimientos que le ocasiona la gota («Per far idolo un ventre io mai non tentó») y es singular cómo el poeta construye hasta sobre los dolorosos percances de sus males físicos (piénsese también en Ciro de Pers y en sus Poesías, v.) un mundo de artificiosidad refinada, verdaderamente barroca.
C. Cordié