Poesías, Garcilaso de la Vega

Garcilaso de la Vega, o también Garci Lasso de la Vega (15019-1536) sólo ha dejado a la posteridad una breve colección de poesías: tres églo­gas, dos elegías, una epístola, cinco cancio­nes y treinta y ocho sonetos. La primera edición de este libro tiene fecha de 1543 y fue impreso en la ciudad de Barcelona: Las obras de Boscán y algunas de Garcilaso de la Vega, edición hecha por la viuda de Juan Boscán, gran amigo del poeta.

La obra ha sido reimpresa en otras ocasiones; la me­jor edición en la de Tomás Navarro Tomás. Garcilaso y Boscán (v. Poesías) intentaron por vez primera aclimatar de modo siste­mático el endecasílabo italiano en España. La renovación poética llegó hasta la adop­ción de estrofas características, tales como la llamada «lira», por el primer verso de una famosa composición de Garcilaso, la canción «A la flor de Gnido». Su obra es, sin embargo, algo más que el resultado feliz de un ejercicio retórico. Leyendo las poe­sías de Garcilaso, notamos que ni la insin­ceridad típica del petrarquismo, ni su afec­tada elegancia, logran sofocar el verdadero espíritu del poeta.

Se ha notado con razón, hablando de los pastores de sus églogas, que el dolor de Salicio (el enamorado no correspondido) y el dolor de Nemoroso (el enamorado cuya amada ha muerto) pintan dos grados de la tortura amorosa que infli­gió al poeta la pasión por la dama portu­guesa Isabel Freire. Que se trataba de un sentimiento verdadero y no de un simple ejercicio de retórica neoplatónica, parecen demostrarlo los reproches a los desdenes y a los perjurios de la amada; de todos modos, nadie ha puesto en duda la pasión del poe­ta, expuesta con suma elegancia en sus églogas. A través de los sonetos, se ha po­dido reconstruir otro amor hacia una des­conocida dama napolitana. Otro sentimiento muy vivo en el espíritu de Garcilaso es el de la amistad, sentimiento que encuentra su mejor expresión en los sonetos dedica­dos a Boscán, su íntimo amigo, al que tam­bién está dirigida la segunda elegía, escrita en Sicilia, de vuelta de Túnez.

Se ha dicho repetidamente que la vida militar perma­nece oscurecida, en sus versos, por la fic­ción pastoril. No tanto, sin embargo, que no pueda, a menudo, adivinarse al soldado. El hombre del Renacimiento, con su volun­tad de gloria, con el ansia de prestigio ganado por sus merecimientos; el hombre que lucha para mejorar su propia riqueza o        su Propia fama; las evocaciones militares de la segunda égloga; y sobre todo, el so­neto 33, dedicado a Mario Galeota, escrito por Garcilaso después de haber sido herido en la boca y en el brazo, en la empresa de La Goleta (14-VII-1535), son los lugares en los que brilla vivamente su fervor militar.

Toda la magnífica vitalidad del joven poe­ta— viajes, aventuras, batallas, amores — presenta un contraste singular con su acti­tud compleja, melancólica, motivada exteriormente por la ausencia, por el desdén o por la muerte de la persona amada; pero en realidad es un signo de los tiempos, que une una aspiración de inmortalidad con la opuesta visión racional de la implacable fugacidad de las cosas. «No me podrán qui­tar el dolorido/sentir si ya del todo/primero no me quitan el sentido»: atesoramiento morboso del dolor, sentimiento senequista, estoicismo; un poco también de la melan­colía de Petrarca (que tanto influyó sobre Garcilaso) y, por tanto, más literario que real.

En todo caso, Garcilaso se nos apa­rece con la belleza complicada de su per­fección formal y de su doloroso sentimiento, clásico por la expresión, eterno por su con­tenido humano. Garcilaso se ha hecho tam­bién famoso por su magnífico sentimiento bucólico. El paisaje de Toledo, con el río Tajo, la evocación de las ninfas bajo los bosquecillos, el sentimiento de la soledad y del silencio, sólo interrumpido por un «susurro de abejas», no tuvieron segura­mente, desde Virgilio acá, mejor ni más profundo cantor. De aquí la fama inmensa de este poeta. Se ha demostrado que, a dife­rencia de otros clásicos, el prestigio huma­no y poético de Garcilaso sigue, a través del tiempo, despertando fervores no dismi­nuidos.

Para los clasicistas, Garcilaso es un ejemplo vivo de perfección; en él se en­cuentran los más armoniosos endecasílabos de la lengua castellana. Para los románti­cos, la melancolía y el sentimiento amoroso tienen en Garcilaso a su supremo cantor. Estas dos razones justifican que se dé a este poeta el título de «Príncipe de la poesía española».

G. Díaz-Plaja

Garcilaso, bástele su nombre por enco­mio.(Gracián)

No es verosímil, ni posible siquiera, que la divina lamentación de Nemoroso, que es lo más tierno y apasionado que brotó de la pluma de Garcilaso, sea el eco o el reflejo de una pasión ajena, de la cual, por otra parte, no hay rastro en los versos de Bos­cán. Garcilaso ha puesto en aquellas es­tancias todo su corazón, y habla allí en nombre propio, no en el de su amigo, ni mucho menos en nombre del marido de su dama. (Menéndez Pelayo)

Garcilaso es, entre todos los poetas cas­tellanos, el único poeta exclusivo e inte­gralmente laico. No sólo entre los poetas constituye una excepción, sino entre todos los escritores clásicos de España. En la obra de Garcilaso no hay ni la más pequeña manifestación extraterrestre. Todo es huma­no en él: y lo humano ha sabido expresarlo con una emoción, con un matiz de morbo­sidad, con una lejanía ideal, que nos cau­tivan y llegan al fondo de nuestro espíritu. Sobre sus angustias íntimas, sobre la trama dolorosa y anhelantede desesperan­zas, de confidencias, de perplejidades, ¡cómo resalta una visión rápida del paisaje]… Ha escrito un poema sobre las cosas como el de Lucrecio, o como el que más tarde, siglos después, había de esbozar, análogamente, otro gran poeta humano: Andrés Chénier. (Azorín)

Garcilaso representa la cumbre del estilo renacentista cosmopolita, así como Góngora ,— con sus características, que tienen su rea­lización plena en las «Soledades» y que co­rresponden también a los motivos del arte coetáneorepresenta la cumbre del ba­rroco. (A. Valbuena Prat)