La figura del héroe godo apareció de nuevo en la tragedia en tres actos de Manuel José Quintana (1772-1857), Pelayo, representada en 1805.
Ormesinda, la hermana de Pelayo, al que todos creen desaparecido en los campos de batalla, en los últimos episodios de la defensa cristiana, cede al amor de Munuza, gobernador de Gijón, más que nada para atenuar las dificultades de los cristianos supervivientes. Pelayo aparece precisamente el día del matrimonio de su hermana: se presenta con falso nombre a Munuza para anunciarle la pretendida muerte de Pelayo, y logra hablar con su hermana, pero ésta rechaza el huir con él, debatiéndose entre el imperio del deber y la voz de la religión y de la sangre.
Los nobles cristianos supervivientes preparan la resistencia en las montañas cantábricas y eligen rey a Pelayo; Munuza, alarmado por resultar falsa la muerte de Pelayo, se encoleriza contra los cristianos, y reconociendo a Pelayo, lo encarcela. Los cristianos se rebelan y, durante la revuelta, Ormesinda libera al hermano, con la esperanza de que se ponga a salvo, pero el héroe se lanza en medio del combate. Munuza, a punto de ser vencido, reconoce en su mujer a la liberadora de su peligroso enemigo y hiere a Ormesinda, que muere a la llegada de su hermano victorioso, el cual no llega a tiempo de vengarse personalmente de Munuza, porque éste se mata. La tragedia, rigurosamente clásica, revela la influencia de Alfieri en la composición esquemática y en el carácter de los personajes.
Entre éstos tienen particular relieve, además de Pelayo, joven iluminado por una luz deslumbradora de amor patrio y de fe cristiana, Ormesinda y el confidente de Munuza, Audalla; impulsado por un implacable fanatismo musulmán este último; femeninamente trémula en su angustioso drama la primera. Los coloquios de Ormesinda con su hermano constituyen los momentos más delicados y más bellos de la tragedia: el conjunto doloroso de la fatalidad histórica que el poeta concentra sugestivamente en esta figura de mujer, hace pensar, por ciertos aspectos, en el de la heroína de Manzoni, Ermengarda. La tragedia reflejó el sentimiento nacional de los españoles ante la amenaza de la invasión napoleónica, acaecida poco después. La invocación final de Pelayo, que amonesta a los lejanos descendientes a recordar la sangre vertida por «el imperio naciente», es como un alerta contra el nuevo enemigo.
C. G. Rossi