[Les rayons et les ombres]. Colección de poesías de Víctor Hugo (1802-1885), publicada en 1840. El libro se halla estrechamente relacionado, también a juicio del autor, con los tres anteriores volúmenes de poesías escritos a partir de 1830 (v. Hojas de otoño, Cantos del crepúsculo y Las voces interiores), de las que posee la grandiosa calidad estilística y su invencible tendencia declamatoria.
En efecto, si la técnica del poeta demuestra aquí una seguridad y facilidad milagrosa, por otra parte su ideología espiritualista, humanitaria y panteísta alcanza proporciones gigantescas. La idea del poeta- vate, maestro de justicia y bondad, profeta y guía del pueblo en su camino a través de la historia, le obsesiona de aquí en adelante y le impele a tomar la palabra con gesto de oráculo. Víctor Hugo siempre deseó .ser una figura de poeta universal, un espíritu que debería poseer «el culto de la conciencia, como Juvenal… y el culto del pensamiento como Dante… o como San Agustín»; y ello, sin hablar de la forma, que debería igualar en luminosa dulzura la poesía de Virgilio, y en vigor el estilo de la Biblia.
«Lo que podría hacer con el conjunto de su obra, con todos sus dramas, todas sus poesías y todos sus pensamientos reunidos, este poeta, este filósofo y este espíritu, sería, digámoslo de una vez, la gran epopeya misteriosa de la que todos poseemos un canto en nuestra intimidad, poema del que Milton ha escrito el prólogo y By- ron el epílogo: el Poema del Hombre.» Es natural que después de este apocalíptico prefacio muchos lectores se sientan inclinados a declararse irónicamente insatisfechos con la poesía de esta colección. Pero, en verdad, todo este sustrato ideológico se halla en estrecha relación con la calidad poética de Hugo. Esta apasionada y superficial «filosofía» no es gratuita, sino que, como bien se aprecia en Las voces interiores, es connatural con su temperamento lírico, que la necesita como un excitante, y nutre realmente su inspiración.
Los resultados, en cuanto a estética, son bastante distintos según que el poeta se abandone al gusto declamatorio o consiga, en cambio, olvidar la idea por las imágenes, llegando al puro encanto de la simple representación fantástica. En el primer caso tenemos las famosas «tiradas» oratorias, extraordinariamente grotescas a pesar de que la gallardía del versificador logre extraer poderosos fragmentos y conmovedoras sentencias («Fonction du Poete», «Regard jeté dans une mansarde», «A David», «Sagesse»). En el segundo caso, Hugo se libera a tiempo de sus premisas y consigue poesías de un extraordinario lirismo o profunda humanidad, entre las cuales hay algunas que suelen citarse como obras maestras: «Le sept aoút 1829» (el conmovedor y soberbio coloquio del poeta y el rey), «Rencontre», «Océano nox» (piadoso cuadro de las desventuras humanas), «Caeruleum mare» y el centelleante juego métrico de la famosa «Guita- re» o la límpida solemnidad de la «Tristesse d’Olympio».
A. Millares Carlo
Hugo trastorna todas las ideas que tenemos del poeta lírico. (Cousin)
El más eminente poeta francés. (Gautier)
Entre la elegía de Lamartine y la filosofía de Vigny, [Hugo], desde que empezó a ser romántico, hizo brotar el verdadero carácter del romanticismo francés: transformar la poesía en forma, en pintura de formas. Llenó de sensaciones sus versos, y sensaciones fueron sus mismos versos, ricos de color y sonoridades. (Lanson)
Como Lamartine y más que Vigny, Hugo encontró sus temas líricos en las emociones, en las ideas, en los sentimientos más comunes, en el pan cotidiano de la vida humana: el amor, la familia, los hijos, la patria y los grandes intereses políticos y religiosos hallan en él un altavoz que amplifica y enriquece de inagotables imágenes lo que piensa el hombre medio, transformando en cisnes salvajes y en águilas inabordables las vulgares gallinas. (Thibaudet)
Intimo del ensueño, rico de todas las imágenes que recogía en sus correrías por las regiones del caos cósmico o de las tinieblas del alma, Hugo pensaba con imágenes y no podía pensar de otro modo, de igual modo que no hacía distinción entre la inmensidad de los cielos y el mundo de su vida interior. (A. Béguin)