[Die beiden Gundpróbleme der Ethik] publicada en Francfort del Main en 1841, y reeditada en una edición corregida y aumentada en el mismo año de su muerte. En esta obra Schopenhauer recogió los dos escritos Sobre la libertad del querer humano [Ueber die Freiheit des menschichen Willens] y Sobre el fundamento de la moral [Ueber das Fundament der Moral] : el primero había sido presentado por Schopenhauer en 1839 a un concurso organizado por la Sociedad Noruega de Ciencias de Drontheim, que lo premió; el segundo, en 1840, a un concurso de la Sociedad Danesa de Ciencias, que no lo premió.
Las doctrinas morales de Schopenhauer están en íntima relación con su teoría fundamental (v. El mundo como voluntad y como representación) en la que claramente expone que todas las realidades, externas e internas (el mundo que nos rodea y nuestra misma alma), no son más que fenómenos, mientras que la verdadera realidad que hay bajo toda cosa es la voluntad de existir (voluntad de vivir), impulso ciego que da lugar a todas las realidades aparentes. Tenemos pues, un mundo fenoménico (el propio yo es un fenómeno), una voluntad, no más mía que de otros, que no puede ser conocida por sí misma sino tan sólo por sus efectos, el mundo y el yo a que aquélla da lugar con su esfuerzo por afirmarse. A la cuestión propuesta por la Academia noruega, de si es posible demostrar la libertad volitiva partiendo de la propia conciencia, Schopenhauer naturalmente contesta que tanto la autoconciencia como el conocimiento del mundo exterior demuestran que la voluntad «no es libre».
En resumen, el conocimiento, en todas sus formas está ligado al espacio y al tiempo: «conocer» significa colocar cualquier cosa en el espacio y en el tiempo, y por lo tanto someterlo a la ley de causa y efecto, según el cual cada efecto ha de tener una causa precedente. Igualmente un acto de voluntad ha de tener algo que lo precede y lo procede (un «motivo»), y por lo tanto no puede ser autónomo, «libre». Por otra parte, cada hombre se siente responsable de sus actos, como si él fuese la única causa, la causa primitiva de todo I9 que decide hacer. Esta convicción no es errónea, puesto que todos los fenómenos, el mundo y el conocimiento y el alma, son debidos a la «voluntad de vivir» v en última instancia es ésta la que da lugar a los motivos y a las causas (internas o externas) a las cuales se deben nuestros actos volitivos. Esta «libertad» (u originalidad) del querer no es, entiéndase bien, la vulgar «libertad volitiva» o «libre albedrío» es decir, la independencia de la voluntad del ser en particular de toda causa, al tomar una decisión. Es una voluntad y libertad «trascendentales», es decir, independientemente de todo conocimiento inmediato y por lo tanto de toda nuestra influencia personal.
En el segundo ensayo, Schopenhauer intenta resolver el otro problema fundamental de la moral: cuál es la fuente y origen de la moralidad, qué es lo que nos lleva a distinguir entre el bien y el mal, o sea ¿en qué consiste precisamente lo que es moral? Aquí la respuesta de Schopenhauer es debida a la posición que había tomado frente a la teoría de la moral de Kant (v. Metafísica de las costumbres, Crítica de la Razón práctica, etc.). Kant había sostenido que es moral un acto que se ajusta a la ley moral y ésta no es moral porque ordene un acto determinado (no matar, socorrer, etc., etc., «contenido» de la ley), sino porque ordena de determinada manera («forma» de la ley y del acto moral). Puesto que la razón del hombre está dotada de universalidad y puesto que la voluntad no es más que un aspecto de la misma razón, la voluntad tan sólo será buena cuando siga una ley universal o dotada de universalidad, es decir, de tal naturaleza, que pueda constituirse en norma para todos los seres dotados de razón.
Perdonar al enemigo, por ejemplo, no es moral como perdón al enemigo, sino porque el que perdona al enemigo puede considerar su acción como una acción que debería de ser ejecutada por todos los hombres que se encontrasen en sus mismas condiciones. Contra este «formalismo ético» se lanza Schopenhauer en el Fundamento de la moral; recordemos que su tesis filosófica fundamental es que la voluntad es la verdadera realidad, mientras que la propia razón no es más que un fenómeno resultante de la «voluntad de existir». Por lo tanto, se niega a admitir que la razón y su universalidad tengan, existencia y valor absolutos tales que puedan determinar la moralidad de las acciones, es decir, dominar la actuación de la voluntad. En el formalismo ético falta un motivo suficiente para poner en acción nuestra capacidad volitiva: el mismo Kant dice que nosotros actuamos moralmente tan sólo por respeto a la ley — pero el mismo respeto a la ley puede inducirnos a actuar de una manera mejor que de otra, una vez estamos ya decididos a actuar, pero no puede por sí solo (según parece) impulsar al hombre a tomar una decisión. Para esto hace falta un impulso, un empujón, es decir una pasión o sentimiento dirigidos no a un principio abstracto (la ley) sino a seres concretos, los hombres.
Por lo tanto, continuando en el fondo el «sentimentalismo» de los pensadores ingleses anteriores a Kant, Schopenhauer considera que la acción buena es debida a un determinado y específico «sentimiento moral». Muchos predecesores habían afirmado que tan sólo el egoísmo impulsaba al hombre a actuar y habían explicado los sentimientos morales como modificaciones del egoísmo. Pero Schopenhauer, aceptando en este caso el universalismo kantiano y dado que su filosofía implica que la voluntad es una realidad absoluta, universal, no limitada al individuo, afirma que nunca podrá ser moral una acción egoísta; es más, que la moral es precisamente la negación del egoísmo y que son morales aquellas acciones que no tienen en cuenta el interés individual. El hombre sólo es moral cuando consigue salir de sí mismo y renunciar al propio yo (que es fenoménico) para querer algo más allá de sí mismo. Ahora bien, para que un sentimiento baste a impulsar al hombre a actuar debe ser un sentimiento «individual»: el hombre, pues, tan sólo actuará moralmente cuando sienta los dolores ajenos como dolores propios, y procure eliminarlos como si fuesen propios, es decir, cuando experimente «compasión» por los demás hombres y por todos los seres en general, y actuará impulsado por tal compasión, que es, pues, la verdadera base y fundamento de la moral.
M. M. Rossi