Los Apóstatas, San Cipriano

[De lapsis]. Tratado de San Cipriano, obispo de Cartago, marti­rizado en 258. Escrito en la primavera de 251, apenas vuelta la paz religiosa, va diri­gido contra los partidarios del perdón y de la indulgencia para los que habían aposta­tado durante la persecución de Decio. En 250 un edicto del emperador Decio inicia una violenta y sistemática persecución; to­dos los cristianos deben abjurar y sacri­ficar a los dioses, bajo pena de destierro o de muerte, además de la confiscación de sus bienes. La iglesia africana parece derrumbarse bajo el ímpetu de una tempestad tan violenta; es un espectáculo de cobardía, de apostasía en masa, que sólo puede ser justificado en parte por la paz de que la Iglesia de África gozaba hacía más de trein­ta y cinco años. Cipriano traza vigorosa­mente en Los apóstatas el cuadro de una deserción tan lamentable. Dios ha querido probar a sus fieles con la persecución, y muchos de ellos han caído voluntariamente y cobardemente, sin combatir, aun antes que la persecución iniciase realmente sus violencias; los cristianos acuden en masa al foso para sacrificar, arrastrando tras ellos a sus hijos y parientes, para salvar vida y dinero: y en ellos no se ve ninguna incertidumbre, ninguna vacilación en renegar del Dios por el que hubieran debido afrontar gozosos el martirio.

No hay ningún dolor, ningún arrepentimiento en su corazón, y aun antes que termine la persecución pi­den insolentemente que vuelvan a admitirlos en la Comunidad y hasta se fundan en el apoyo de algunos confesores, que les proporcionan cédulas de indulgencia. Los confesores (los que han padecido tormen­tos por la fe, pero que no han podido, como los mártires, sacrificar su vida por ella) no pueden, afirma Cipriano, valiéndose de sus méritos adquiridos en la persecución, conceder el perdón a los renegados, pues sólo Dios podrá perdonarlos, y sólo la Igle­sia fijar las condiciones de la reconcilia­ción con la Comunidad. Al llegar aquí Ci­priano manifiesta con decisión sus afir­maciones, aun sabiendo la amenaza que pesa sobre su autoridad con la repentina substitución de los obispos por los confe­sores en el ministerio carismático del per­dón. Cita y describe de modo realista los milagros con que Dios ha demostrado cla­ramente su voluntad de castigar a los apóstatas. Después de haber estigmatizado la inconsciencia del renegado que, muerto espiritualmente, vuelve sereno y alegre a la vida y a sus placeres, Cipriano concluye su escrito con una afectuosa y fraterna exhor­tación a los apóstatas: con un sincero arre­pentimiento pueden obtener el perdón del Dios de quien han renegado; oración, li­mosna, penitencia, son los medios necesa­rios para volver a entrar en la Comunidad; pero lo mejor es el martirio voluntario. En los apóstatas Cipriano modifica sensible­mente la intransigencia inicial, que mues­tra en sus Cartas (v.), donde indicaba el martirio como única vía de redención; sus decisiones fueron aprobadas en el Concilio celebrado en la primavera del 251 en Car­tago, y en el Concilio romano de octubre del mismo año.

Este tratado, uno de los más interesantes, y de los más completos de Cipriano, es sermón y programa a un tiempo. Hay en él la decisión, la firmeza del obispo y la elocuencia afectuosa, la caridad fraterna del pastor. Es una obra viva, realista, escrita con estilo vigoroso, en una lengua poco vulgar: el método y la doctrina se resienten mucho de la influen­cia de Tertuliano, que no disminuye la importancia de la obra de Cipriano, que es, con Tertuliano y San Agustín, uno de los Padres de la Iglesia africana: fue cono­cidísima su obra en la Iglesia occidental, leída por todos los escritores cristianos, hasta en la Edad Media, como lo demues­tran los numerosos manuscritos de sus obras que han llegado hasta nosotros; no es pequeña su influencia en Oriente, donde a veces su personalidad se confunde con la del mago Cipriano de Antioquía.

E. Pasini