[Les Amants Magnifiques]. Comedia-baile de Moliére (Jean-Baptiste Poquelin, 1622-1673), compuesta en 1670 para una fiesta en Versalles, sobre un argumento proporcionado por el mismo Luis XIV. La verdadera y propia «acción» se desarrolla en cinco actos bastante breves, entrelazados, precedidos y seguidos por seis «intermedios» (bailes cantados y pantomimas) animados con música de Lully, en el curso de los cuales varios personajes mitológicos y pastoriles exaltan las recientes victorias del rey. La escena ocurre en una Grecia legendaria y amanerada, en el célebre valle de Tempe, donde, con ocasión de los Juegos Píticos, dos príncipes rivales, Ifícrates y Timocles, hacen todos los esfuerzos para conquistar a la princesa Erifila, compitiendo en espléndidos recreos y suntuosísimas fiestas teatrales. Pero Erifila es amada por un general de su misma Corte, el valeroso Sostrato, que ha sabido mover su corazón con la franca sencillez y la noble modestia de su carácter, sin que ni uno ni otro, empero, se atrevan a pensar en casarse, dada la disparidad de sus posiciones sociales.
Tras muchos incidentes y dudas (que llevan, entre otras cosas, a Erifila y a Sostrato a confesarse con elegantes parlamentos sus amores) uno de los príncipes pretendientes trata de vencer la resistencia de la jovencita con un engaño; presenta a un astrólogo, Anasarco, quien, pese a la oposición de Sostrato, convence a todos para que dejen la solución en manos de la diosa Venus: la misma madre de Erifila escucha la sentencia de la diosa, que le ordena que conceda la hija a quien le salve la vida en un próximo peligro. El engañoso príncipe está así seguro de su triunfo, habiendo ya preparado un rapto fingido de ciertos corsarios, del que la Princesa madre está salvada con su intervención. Pero el engaño se vuelve contra él, porque de pronto un incidente fortuito ofrece a Sostrato la ocasión de brillar en el papel de verdadero salvador, y así desaparece todo obstáculo a la unión feliz de Sostrato y Erifila. La graciosa fábula recuerda con su intriga novelesca los motivos fortuitos de la literatura «preciosista» y es tratada por Moliére con mano ligera y elegante: con pronta genialidad que sabe aprovechar las pocas ocasiones ofrecidas, por la intriga artificiosa y por esta representación exquisitamente compuesta, para extraer sugestivas alusiones sentimentales y sinceros acentos de humanidad.
M. Bonfantini