Las Señoritas de Pahlen, Agnes von Krusenstierna

[Fróknama von Pahlen]. La gran novela cíclica que constituye Las señoritas de Pahlen de Agnes von Krusenstierna (1894-1940), no­velista sueca, se compone de siete volúme­nes aparecidos de 1930 a 1935: La cortina azul, La ruta de las mujeres, Las sombras del otoño (1930), seguidos de La Puerta de San Juan, La pareja amorosa (1933) y, fi­nalmente, de Bodas en Ekered y De la misma sangre (1935).

En los dos prime­ros volúmenes se retrata el pasado de Pe­tra von Pahlen, heredera del dominio de Eka, y la infancia soñadora de su sobrina Ángela, recogida al quedarse huérfana, con sus aventuras y descubrimientos de la vida en una escuela donde reina un turbio am­biente de extrañas amistades femeninas. La narración se centra en torno de las dos jóvenes a través de una intriga cuya com­plejidad, a pesar de la habilidad de la au­tora, perjudica en cierto modo la exposi­ción. Con los dos citados personajes se mezclan multitud de familiares y allegados de la pequeña nobleza terrateniente o de la burguesía de Estocolmo, que entrecruzan sus destinos para componer un cuadro de la sociedad sueca anterior a la primera gue­rra mundial. En Las sombras del otoño, Ángela llega a la finca provinciana perdida entre los bosques. La visión de la novelista se ensancha. Los personajes, incluso los episódicos, cobran corporeidad y sus vidas se mezclan más o menos estrechamente con las figuras principales.

Hans, el hermano de Petra, dominado por su mujer, la ro­lliza judía Betty, corre una breve aventura con Dora, la amante de su cuñado, antes de que el cáncer que le mina acabe con él, como si se apresurase a saborear por úl­tima vez los frutos de la vida. Johan von Pahlen, el viejo tío excéntrico, continúa viviendo en una especie de fantasmagoría hecha de recuerdos del pasado. Tord Holmstrom, el granjero de la finca, cuyo vigor y rudo atractivo conturban a Petra, se ve hostigado por el odio de su mujer, Adela, monstruo de egoísmo y de maldad que le pondrá en ridículo con sus grotescos amo­res con un pastor trashumante. En La Puer­ta de San Juan, Thomas Moller, antiguo enamorado de Petra, reaparece, tras una larga estancia en el extranjero, para, pron­to, dedicarse a la ávida y silvestre Ángela, convirtiéndose en su iniciador amoroso. To­do el volumen, como los siguientes, cons­tituyen una especie de ballet de parejas, una sinfonía amorosa donde los éxtasis pasionales se mezclan con lo trágico, cuan­do la autora describe la lucha que sostie­nen Stanny Landsborg y su hermano Bernard contra el mutuo y culpable atractivo que experimentan, y cuyo desenlace será el suicidio de la muchacha.

Las dos últimas partes de la novela, Bodas en Ekered y De la misma sangre, revelan un universo donde las pasiones y los arrebatos se apa­ciguan. Los destinos de los distintos perso­najes se fijan y, a veces, la autora se re­crea en cultivar la nota cómica y casi su­perficial. Instaladas en la finca Ángela, Agda, la infeliz seducida, y la señorita Frideborg, una amiga de Petra, esperan, cui­dadas por esta última desengañada y resig­nada, el nacimiento del hijo en la extraña atmósfera del castillo de Eka, oscurecido por las sombras del nevado invierno, y de donde el hombre ha sido arrojado para que las mujeres puedan cumplir con su más sa­grada misión. Después de Strindberg, nin­guna obra ha despertado en Suecia tanta expectación, apasionamiento y polémicas como Las señoritas de Pahlen, al extremo de que, en ciertos momentos, su publicación resultó problemática. La audacia de ciertos pasajes no fue sólo la causa; la obra de Agnes von Krusenstierna constituye un fe­nómeno único en la literatura sueca por su carácter eruptivo, que nada deja prever, y cuyas influencias parecen, si no ausentes, cuando menos imposibles de discernir.

Con gran maestría y sin la menor concesión a prejuicios, la autora se aplica a bucear en los sentimientos más secretos, en los plie­gues más oscuros de las almas femeninas. A este fin, Agnes dispone de un estilo cuya claridad le sirve para evocar los más su­tiles refinamientos de las sensaciones, sobre todo las ligadas a la vista y al tacto, y cuya riqueza de imágenes le infunde a menudo resonancias de pura poesía.