Harold, luego de una vida de placeres, emprende un viaje que le lleva de Portugal al Jura, después de haber visitado España, Albania y Bélgica. Expatriado por voluntad propia y rebelde apasionado, de vez en cuando reflexiona acerca de las situaciones y los recuerdos que los distintos lugares le sugieren: la triste situación de esclavitud en que se hunde Grecia, Napoleón en Waterloo, Rousseau y Julie.
En el cuarto canto el poeta, abandonando la ficción del peregrino, habla en primera persona de Italia y de sus grandes personalidades: desde Petrarca a Boccaccio, desde Tasso a Escipión y a Rienzi, contraponiendo el pasado histórico y esplendoroso al indigno presente.