Las Antigüedades, Marco Terencio Varrón Reatino

[Antiquitates]. La obra más importante de Marco Terencio Varrón Reatino (116-27 a. de C.), que se perdió en el siglo IV y nos es conocida, sobre todo, por medio de la gran obra que de ella deriva: la Ciudad de Dios (v.) de San Agustín. Estaba dividida en veinticinco libros de «Antigüedades humanas» [«Rerum humanarum»] y dieciséis de «Antigüedades divinas» [«Rerum divinarum»]. En las pri­meras, después de un libro introductorio, se trataba de los hombres (II-VII), del lugar donde viven (VIII-XIII), del tiempo en que transcurren (XIV-XIX), de las ac­ciones que realizan (XX-XXV) y más par­ticularmente de la civilización primitiva y de la antigua historia de Roma, de la geo­grafía de Italia, de la topografía de Roma, de la cronología, del calendario romano y de la constitución política de Roma. Seguían los dieciséis libros de «Antigüedades divi­nas», en los cuales, después de un libro in­troductorio, se ilustraban las instituciones y los ritos sagrados según la división cuá­druple que hemos visto anteriormente, pon­tífices, augures y sacerdotes (XXVII-XXIX); santuarios, templos y lugares religiosos (XXX-XXXII); fiestas, juegos circenses y escénicos (XXXIII-XXXV); consagraciones, culto privado y culto público (XXXVI-XXXVIII); y en fin, las varias divinidades (XXXIX-XLI). La obra, compuesta hacia los sesenta años de edad del autor, señala la conversión de Varrón al método de la etimología aplicada a la historia. El mero sentido histórico y anticuado de la teoría de la originación. Ésta se funda en argu­mentos completamente dialécticos, en la existencia de ciertas proposiciones irrefu­tables y axiomáticas enunciadas en abstrac­to, precisamente por ser sentencias a las cuales no había nada que añadir; verdades palmarias, en suma, de las cuales nadie hu­biera dudado. De tales proposiciones axio­máticas no era tanto su aplicabilidad o nor­ma teórica lo que podía interesar, como su aplicación práctica. En efecto, concebidas como introducciones o reglas isagógicas a la dialéctica, la cuestión de la etimolo­gía se reducía a los puros cánones de ciencia lingüística.

Las Antigüedades, li­bres de prejuicios críticos, abundaban en aplicaciones de las «dignidades» axiomá­ticas a la historia de las palabras latinas; lo cual, es, en último análisis, la historia de las ideas, de las instituciones y de las costumbres romanas. El oscuro y nebuloso período de los orígenes era iluminado por esta indagación etimológica; la cual, aprovechándose de los procedimientos usuales de ayuda (cronología, geografía, fuentes jurídicas, pontificiales, analíticas y otras semejantes), sistematizaba ese organismo de diversas instituciones, coordinándolo históricamente, siguiéndolo en su proceso evolutivo y sorprendiendo sus pasos y mu­taciones, de período en período. Pero la etimología no era un método de investiga­ción sino para descubrir más fácilmente los argumentos que favorecían una tesis determinada; en el fondo, el etimologismo era una «dignidad» también, porque se le podía enunciar con una proposición axio­mática de puro espíritu estoico: «no hay ninguna palabra cuyo origen seguro no se pueda encontrar en la historia de las cos­tumbres». Las varias tesis, a los cuales este método etimológico estaba sujeto, consti­tuían, pues, el conjunto de historia cultu­ral, que Varrón se había ido formando. Así vivía en la obra todo un mundo crítico e histórico, constituido por ideas cardinales y tesis programáticas como las del provin­cialismo arcaizante y conservador, y de la latinidad como expresión lingüística de un pueblo, obtenida con procesos lógicos.

F. Della Corte

El más erudito de los romanos. Compuso muchísimos libros y doctísimos a fuerza de experto en el latín y en el conocimiento de la antigua historia latina y griega, preocupándose más de la erudición que del estilo. (Quintiliano.)