La Razón, Roberto Ardigó

[La Ragione]. Obra de Ro­berto Ardigó (1828-1920), publicada en 1895.

La idea central de la obra es lo que Ardigó llama el descubrimiento de la filo­sofía positiva, esto es, que la razón nada tiene de sobrenatural, de eterno, de inmu­table, sino que es un producto como todos los hechos naturales. Lo que llamamos ra­zón no es más que el reconocimiento de la relación que tienen términos distintos en un Indistinto común en el cual hallan su continuidad. Su reconocimiento, además, no es sino la superposición, en la conciencia única actual, de la del hecho psíquico pre­sente en la del hecho psíquico pasado. En el acto psíquico presente se sobreponen, o sea se «reconocen», todas las experiencias y las condiciones pasadas, con las cuales se han experimentado las diversas cualidades de un objeto.

El reconocimiento no sólo sirve para las representaciones simultáneas, sino también para las sucesivas. Así, en la sucesión de las diversas representaciones, reconocemos siempre un mismo objeto. Hay, pues, dos ritmos representativos: el de la «coexistencia» y el de la «sucesión». A me­nudo sucede que dos ritmos diversos vie­nen a sobreponerse: resulta entonces una representación con los caracteres de ambos. Otras veces un ritmo perdura en la con­ciencia bajo el sucederse de los ritmos di­versos, alternándose y combinándose con ellos. Todo pensamiento surge en la con­ciencia por la excitación de los órganos fisiológicos adecuados; el hecho psíquico es producido por el órgano cerebral; por esto no queda en la conciencia una representa­ción olvidada. Lo que queda es sólo la «dis­posición del órgano».

Luego no existe tam­poco una psique inconsciente: ésta era sólo una ilusoria creación de los metafísicos, que querían buscar la explicación de la heterogeneidad de los dos conceptos de ór­gano material y de acto psíquico en la substancia trascendente. La Razón es un producto compuesto de muchos elementos que diversamente se asocian y se componen, y que nosotros consideramos como un todo unitario. Constituye además como pensa­miento ese indistinto continuo en que están todos los pensamientos de un individuo y dentro del cual los podemos individuar con sólo proyectarlos en la realidad, o sea en el punto de intersección de la línea del espa­cio con la del tiempo. Con esto individua­lizamos nosotros un pensamiento. Un hecho, para ser individualizado, o sea distinguido, ha de tener una realidad. La ciencia posi­tiva formula sobre este punto las dos leyes siguientes: una cosa se distingue de otra no por su arcana esencia, sino por los ca­racteres en que se «especifica»; una cosa se especifica más cuantos más datos especificantes posee.

Estas leyes valen también para el pensamiento. Lo indistinto es la expe­riencia, y la lógica, como arte mental, es el ritmo de la experiencia. La verdad es, pues, la naturaleza que se refleja en la experien­cia. El trabajo mental forma una unidad subjetiva de los datos del pensamiento. El órgano cerebral determina las representa­ciones de un objeto, unas veces simultánea­mente, y nos da la «cosa», otras veces su­cesivamente, y nos da la «acción». Estos son los esquemas o imperativos lógicos dentro de los cuales se encuentra el pensamiento. Hay, además, esquemas más vastos, las ideas, que constituyen ritmos más generales, dando lugar a las diversas ciencias matemá­ticas, descriptivas, etc. La función más sen­cilla de la Razón es el juicio, con el cual se reconoce la relación de los distintos en un indistinto.

Por eso no «crea» ella la «ver­dad», sino que la «reconoce». Con esto el positivismo cree superar la teoría kantiana del juicio, presentándolo como un acto ana­lítico y no sintético. El error que el positi­vismo imputa a Kant es el de haber consi­derado las categorías, y también el «yo», a priori, mientras la ciencia los reconoce como formaciones naturales. La producción más insigne de la razón es la Ciencia, en la cual, ya descubra o describa, explique o demuestre, invente o aplique, sigue siempre un mismo procedimiento: el del reconoci­miento. Así la concepción positivista inten­taba superar la antigua concepción de que la Razón es la esencia divina del hombre y superar al mismo tiempo todo dualismo entre una esfera física y otra metafísica.

A. Bertolini