Obra en tres actos del dramaturgo español Lope de Vega (1562-1632), que ha llegado hasta nosotros sólo en ejemplares del siglo XVIII con texto muy deteriorado, pues es una de las que más ha sufrido por culpa de refundidores y actores. En ella Lope nos presenta un personaje (de corte shakespeariano, según Menéndez Felayo), Leónido, encarnación de la crueldad, que algunos críticos han comparado con Don Juan de El burlador de Sevilla y con Enrico de El condenado por desconfiado. Leónido es un personaje que se excede, que es desmesurado. Ello da lugar a un conjunto de escenas extrañas en la obra: Leónido intenta violar a su hermana, pega a su cuñado, saca los ojos a su padre, reniega de la fe cristiana, se hace moro, cuenta que ha violado a más de treinta doncellas, etc. Su carácter sanguinario, sus reacciones fisiológicas, no son obstáculo para que el propio Leónido tenga conciencia de su propia maldad.
Al fin, este raro personaje se convierte de nuevo a la fe de Cristo y muere martirizado en una cruz bendiciendo a los infieles y a su padre, que en aquel momento recobra la vista. El martirio es la fianza que Leónido paga por su maldad a la misericordia de Dios, fianza que debe ser proporcionada a los abusos que él ha hecho de esta misericordia a lo largo de su vida. Si Don Juan es un inconsciente en su vida de pecador («Tan largo me lo fiáis»), Leónido es un consciente de la deuda que se va acrecentando: «Dios ha de ser mi fiador», repite una y otra vez a lo largo de la comedia. Así, Leónido hace un «chantage» al propio Dios. En el momento de su conversión, tras arrojar el turbante, encuentra en su zurrón con qué pagar su gran deuda de pecado y de misericordia: una corona de espinas, una lanza y unos clavos. Entonces él emprende el camino de la penitencia, que le ha de llevar hasta la muerte en cruz. Lope, en esta obra, no ha querido hacer otra cosa sino darnos un ejemplo potenciado al máximo de las posibilidades de penitencia por parte del hombre y de misericordia por parte de Dios. Y la importancia teológica se suma al carácter de Leónido, un verdadero hallazgo dramático.
A. Comas