[Die Lebensanschauungen der grossen Denke. Eine Entwicklungsgeschichte des Lebensproblems der Menschheit von Platón bis zur Gegenwart]. Obra del filósofo alemán Rudolf Eucken (1846-1926), publicada por vez primera en Leipzig, el año 1890 y el 1919 en edición definitiva. En ella se traza la historia del pensamiento filosófico vista a través de la trama ideológica que unifica las grandes concepciones de la vida en una sola actividad espiritual dialéctica. El autor pone de relieve cómo una dirección unitaria del pensamiento constituye en realidad la base de la esencia filosófica, perpetuándose en los grandes períodos en que suele dividirse la historia de la filosofía.
La antigüedad está caracterizada por la aparición de la conciencia de la autonomía de la razón: Sócrates, Platón, Aristóteles señalan su evolución progresiva. En la edad clásica, donde el problema de lo Absoluto trascendente no se ha perfilado todavía, la ética, la estética y la actividad teórica tienden a constituir una indisoluble unidad (de donde aparece la conocida definición socrática de que la virtud es conocimiento, la admirable identificación platónica del Sumo Bien con la Suprema Inteligencia, y la equivalencia aristotélica de lo bello con lo bueno). En la edad post- clásica, la crisis moral y social que sigue a las grandes convulsiones políticas rebaja el tono especulativo y lo subordina al problema ético; la virtud se identifica con la armonía del placer (epicúreos) o se afirma como ley del deber y en el homenaje a los dioses (estoicos). La exigencia religiosa brota de la misma exigencia ética, culminando en el emanantismo de Plotino, y prepara lentamente las conciencias para el advenimiento del Cristianismo. La edad del Cristianismo preagustiniano, caracterizada por la Patrística, expresa la aparición de la nueva conciencia religiosa contra los mitos paganos.
Los Padres de la Iglesia occidental, en su tentativa de conciliar la razón con la fe, legitiman los cánones del cristianismo, dando a la Iglesia una organización jurídica con el fin de borrar todo resto de herejía. Pero es en San Agustín donde el Cristianismo se constituye verdaderamente en una doctrina y los viejos temas filosóficos se estructuran en una ética definitiva. A la integración de las doctrinas de la Iglesia, fundada por San Agustín, a una coordinación cada vez más cerrada de los dogmas con la razón humana, y a la fundación de un «corpus» unitario del saber, tiende la Escolástica, de cuya actividad es síntesis la doctrina de Santo Tomás. Pero el principio de autoridad de la Iglesia es trastornado por el movimiento humanístico-renacentista de la edad moderna. La formación de un ambiente individual profano, en el que el hombre vuelve a ocupar el centro del universo, lleva a la creación de una tendencia científica natural. Desde el punto de vista estrictamente religioso, este movimiento desemboca en la Reforma protestante, con el principio de la justificación por medio de la fe y de la gracia iluminadora, que degenera a su vez en un nuevo dogmatismo. La independencia de la investigación científica de las premisas dogmáticas y la introducción de una rigurosa exigencia científica incluso en la filosofía, hallan su orientación metodológica, por un lado, en la obra del racionalismo, por otro, en la del empirismo. Al método inductivo baconiano, Descartes opone la deducción racional matemática. Y la visión racional del mundo se desarrolla con Espinosa y Leibniz.
Por otro lado el empirismo cae fatalmente en el relativismo escéptico de Hume y en el sensualismo de Condillac. La tentativa de precisar críticamente los límites del conocimiento humano llega a su cima con la teoría kantiana. Eliminando el «noúmeno», Fichte identifica en una sola actividad del yo creador la teoría y la práctica. Hegel pone como centro de su filosofía la idea del espíritu como autocreador del proceso dialéctico. Hacia mediados del siglo XIX los abusos del método dialéctico desembocan en la reacción positivista, que si por una parte se manifiesta como un intento de organización social para la mejora de la vida individual (sociologismo de Comte), por otro intenta sistematizar en una amplia epistemología científica las etapas evolutivas de la humanidad (Darwin, Spencer). Hoy — concluye el autor — una vigorosa reacción antiintelectualista domina los espíritus y lleva a «la actividad espiritual» contemporánea a acabar con los pobres y abstractos esquemas del intelectualismo y a reafirmar o la significación humana inmanente del conocimiento, o la libertad de conciencia y su indeterminado, y con frecuencia irracional, desarrollo histórico. El arte, la religión y la metafísica aparecen a una nueva luz, no como ideales definitivamente conquistados, sino como una infinita posibilidad creadora del pensamiento.
O. Abate