La Castellana de Vergi

[La Chastelaine de Vergi]. Narración en verso, de un anónimo autor francés del siglo XIII, publicada por primera vez en el cuarto vo­lumen de los Fabliaux et contes a cargo de Méon (1808). Un caballero, favorito del du­que de Borgoña, ha conseguido el amor de la castellana de Vergi previo juramento solemne de absoluto secreto. Sin embargo, la mujer del duque pone los ojos en él y quie­re hacerle su amante. La respetuosa repulsa que recibe llena de ira a la dama, que, para vengarse, acusa al joven ante su marido de haber querido seducirla. Se origina así una excitada explicación entre los dos hombres, en el curso de la cual el caballero, trastor­nado por la falsa acusación, desanimado por aquel desconocimiento de su lealtad y de­voción y aterrorizado al pensar en el exilio que sufrirá y que lo privará sin remedio de la mujer amada, se ve obligado, lleno de repugnancia y dolor, a revelar palabra por palabra todo su secreto, y para desvanecer mejor las sospechas y demostrar a quién ama realmente, consiente en que el duque le acompañe, a la noche siguiente, a la ha­bitación de su amiga. Aquél asiste así al encuentro sin ser visto, y se entera de las estratagemas ideadas por la pareja para fa­cilitar sus furtivas citas. El duque se com­promete a no hacer partícipe del secreto a nadie, pero ante las insistentes preguntas de su mujer, asombrada de no ver ejecutada la esperada venganza, y ante su malhumor, acaba por contárselo todo, amenazándola de muerte, sin embargo, si no guarda el secre­to. La duquesa promete guardar silencio, pero con mala fe. En ocasión de una fiesta, mientras las damas invitadas, entre las cua­les se halla su rival, se disponen en su ha­bitación para el baile, ella hace una vene­nosa alusión. Cuando la señora de Vergi se da cuenta de que su caballero ha violado el pacto, no puede resistir el enojo y la congoja, y pierde la vida. El amante, al ir a buscarla para conducirla a la sala de baile, la encuentra muerta en una cama.

Unas palabras que una camarera ha oído pronunciar a la pobre dama le hacen com­prender lo ocurrido, y se suicida a su lado. El relato de la misma camarera permite al duque reconstruir los hechos y ver la res­ponsabilidad de su mujer; entonces decapita con su propia mano a la duquesa, y luego, incapaz de volver en sí tras la sombría pe­ripecia, toma la cruz y se marcha a Tierra Santa, de donde, haciéndose templario, no regresa. Más que reflejar hechos reales de la corte de Borgoña, parece que el poema recoge simplemente un tema literario muy difundido, basado en uno de los más im­portantes preceptos de la sociedad caballe­resca (la obligación de ser discretos), variándolo para darle un desenlace sumamente trágico. El autor demuestra un innegable ta­lento en el desarrollo de la lógica de perdi­ción de su historia, que de la serena atmós­fera inicial llega al sombrío epílogo por una cadena de vicisitudes, cada una de las cuales, inocua en sí, avanza ineluctablemen­te un paso en el camino de la catástrofe. Muy grande fue el éxito de este drama de fuertes tintas, célebre entre los contempo­ráneos, inspirador frecuente de las artes de­corativas y fuente de innumerables imita­ciones a lo largo de los siglos posteriores, hasta el período romántico. En la literatura italiana está recordado en Boccaccio (epílo­go de la tercera jornada del Decamerón) y ha dado origen a una novela de Bandello.

S. Pellegrini