La Carpeta de mi Bisabuelo, Adalbert Stifter

[Die Mappe meines Urgrossvaters]. Novela in­completa del escritor austríaco Adalbert Stifter (1805-1868), de la cual se conocen tres distintas redacciones: primero, en 1841 y 1842, fueron publicados algunos fragmen­tos aislados en revistas; luego, en 1847, se publica la primera reelaboración, que apa­rece en los Estudios (v.); en 1864 y aún en 1867, el escritor continúa la trama para fundirla en una obra unitaria, que pudie­ra ponerse al lado de Witiko (v.) y del Ve­ranillo de San Martín (v.) para formar una especie de trilogía. Puede decirse que la novela, que quedó inacabada por la muerte de su autor, acompañó a Stifter toda su vida. Y en ella se encuentran, en efecto, los elementos más característicos y más profundos de su arte. Fue una idea genial haber centrado la novela en la figura de un médico, llamado Augustinus, que, des­pués de haberse graduado en Praga, vuelve a su tierra, y primero entre el recelo y la sospecha del pueblo y luego entre la con­fianza general, comienza a ejercer su pro­fesión: el médico, como luego se fue con­cretando lentamente en la literatura narra­tiva del siglo XIX, unas veces consejero y otras fraternal, amigo, representa realmen­te una innovación importante en la novela de aquel tiempo. En la primera redacción, Stifter no consigue aún dar unidad a la obra, ya que los distintos episodios pueden considerarse como capítulos sueltos, unidos entre sí sólo por la referencia exterior a un personaje. En la última redacción, que no vio la luz hasta 1939, la ligazón se hace interior, y en vez de encontrarse el lector ante episodios aislados experimenta la sen­sación de seguir un ritmo continuo, una cadena de vicisitudes sutilmente ligadas en­tre sí.

Naturalmente, la narración es siem­pre indirecta, como se puede adivinar fácil­mente por el título: un lejano nieto, es­cudriñando en la buhardilla de la casa, descubre un día en una carpeta cuidadosa­mente encuadernada la historia que luego se narra. El amor tiene también aquí una parte principal, y es casi siempre desven­turado: Eustaquio, amigo de Agustín, com­pañero suyo de estudios en Praga, enamo­rado de Cristina, huye un día sin que se le vuelva a ver, porque no puede pagar una deuda contraída por un amigo esta­fador y de la que él se había hecho res­ponsable: un sentido del honor llevado hasta el escrúpulo destruye así su existen­cia y la de su amada. El afable coronel, padre de la bella Margarita de la que Agustín está enamorado, cuenta su vida agitada y cómo encontró y perdió luego trágicamente a su mujer. El mismo prota­gonista corre el riesgo de perder la con­fianza porque en cierto momento ha de­mostrado ser celoso, no tener plena fe en ella. Pero las vicisitudes amorosas están encuadradas en la quieta y, con todo, in­tensa vida de los campos y de las selvas. La misma extensión de la novela en el tiempo — casi la vida entera de un hom­bre — contribuye a conferirle el carácter de un fresco épico en el que desemboca siem­pre esta forma narrativa en sus mejores ejemplos. Es inútil decir que en la exal­tación de este mundo de personas humildes ha puesto Stifter toda su íntima convicción de que, no en los clamores del mundo, sino en la pacífica quietud, se ha de buscar y de descubrir la mano benéfica y creadora de Dios. Un vasto anhelo moral y religioso reanima esta representación y la sitúa en aquella literatura «rural» de ambiente cam­pestre que tuvo fortuna en cierto momento del siglo XIX. Y, sobre todo, un arte madu­ro, un estilo de clásica pureza, dan relieve a esta obra de fondo romántico que Stifter quiso como su última criatura y de la que se despidió tristemente pocos días antes de su fin con las palabras: «Aquí se escribirá: en este punto, el poeta murió».

R. Paoli