[Charon]. Es el primero de los diálogos latinos de Gioviano (Giovanni) Pontano (1426-1503), escrito hacia 1467 e impreso en 1491. Es el más triste, aquel en que más viva se vierte la amargura del hombre angustiado por la miseria de su época. A la orilla del Aqueronte están sentados Eaco, Minos y Caronte, haciendo dolorosas consideraciones acerca de la ingratitud y los vicios de los hombres, cuando en la otra orilla aparece Mercurio seguido de gran cantidad de almas. Pasado por Caronte a la orilla donde están ellos, el dios da a los jueces infernales noticias de nuestro mundo, donde la ignorancia y la superstición se extienden, como lo demuestran esa especie de saturnales que alemanes, franceses e italianos celebran en honor de San Martín, y la fiesta de la cerdita que los napolitanos celebran en mayo. Pasando después a hablar de Italia, Mercurio lamenta las tristes condiciones en que la ha dejado. Terremotos y enfermedades la están asolando; y cometas y eclipses han anunciado un mal peor: la guerra. En todo el estado la libertad no es más que un nombre y la tiranía es un hecho: la dominación extranjera se aproxima ya. Entristecidos, los jueces infernales se refugian con el pensamiento en la pasada grandeza de Roma. Pero pronto se recobran y Eaco hace una profecía: no pasarán muchos siglos que Italia, unida bajo el poder de un solo hombre, volverá a adquirir la majestad del imperio. El diálogo cambia de tono ahora y se desarrolla con más descarada comicidad. Primero Pontano fustiga a los gramáticos y sus fútiles contiendas, y después al clero y sus licenciosas costumbres: una cortesana de Chipre cuenta cómo llegó a ser amante de un cardenal viejo y libidinoso; un fraile habla de sus asquerosas costumbres; una muchacha ingenua cuenta cómo fue seducida por su confesor.
Cierra el diálogo la figura de un filósofo solitario, una especie de Menipo lucianesco, que ha vivido riéndose de todo y de todos. Pontano tuvo sin duda presente a Luciano; pero sólo dos elementos lucianescos, exteriores, se hallan en este diálogo: el lugar en que la acción se desarrolla y los interlocutores. El espíritu es completamente moderno; es el espíritu cáustico del siglo XV que ya comienza a resquebrajar la solidez de las autoridades heredadas de la Edad Media; se va, aunque sólo sea de manera insensible, hacia la Reforma. Es importante el pensamiento de Pontano acerca de las intrincadas cuestiones políticas de su tiempo. Un espíritu agudo, como el suyo, sentía el gran daño que acarreaba a Italia la política de los que la regían; pero confiado en los recursos del pueblo, preveía a un mismo tiempo la dominación extranjera y la resurrección de la majestad del imperio. Había que esperar cincuenta años a que llegase el Príncipe (v.) de Maquiavelo para encontrar igual fe en los destinos de Italia. [Trad. italiana de M. Campodonico (Lanciano, s. a.)].
N. Onorato