[Derevnyja] Obra del novelista ruso Ivan Bunin (nacido en 1870), publicada en 1909. Al advertir que ha escrito un poema y no una novela, el autor facilita la comprensión de este libro, que produjo sensación en Rusia y convirtió a Bunin en un escritor importante. Ninguna intriga propiamente dicha se aprecia en la obra, cuyos personajes cuentan más por sus caracteres que por sus actos, y en donde, sobre todo, destaca el medio, la descripción del ambiente. Las escenas, sin aparente ligazón, se integran, no obstante, en un todo unitario, y cada una de ellas contribuye con su nota particular al tema general: la tristeza, el absurdo y la desesperación de la existencia campesina. Quizá, como respuesta a las nuevas doctrinas revolucionarias que presentaban al pueblo como el nuevo Dios, preñado de todas las virtudes y de promesas sin cuento, Bunin, sin pretender en absoluto formular ninguna tesis política, se propuso brindar una exacta y minuciosa descripción de la vida en una aldea rusa a comienzos del siglo XX.
La Aldea, con sus numerosas páginas de pura descripción, tan del gusto del realismo ruso, no se sale, pues, de la estricta ortodoxia del naturalismo. Tal vez la excesiva abundancia de detalles de la vida cotidiana pudiera parecer enojosa, pero, precisamente, el enojo, el fastidio, el aburrimiento, viene a ser, más todavía que la desesperación, el tema global del libro. Vano será que el astuto y taimado campesino Tikhon consiga apoderarse del dominio de los Dournovo, arruinando al legítimo heredero; cierto que tendrá poder y dinero pero no alegría, porque todos sus hijos nacerán muertos. En cuanto a su hermano, deleznable poeta, tiene clara conciencia de no poseer el menor talento, y se siente verdaderamente torturado por su mediocridad. Inútilmente tratará de olvidar, refugiándose, primero, en Tolstoi, después en el alcohol y, finalmente, en hacer bufonadas. Como escrupulosa pintura de una realidad, La Aldea no es ciertamente la imagen ejemplar del campesinado ruso. Sin duda, los mujiks de Turguenev son harto diferentes de los de Bunin, quien no vacila en fijar ciertos rasgos costumbristas, que espantaban bastante a los idealistas sociales. [Trad. española de Tatiana Eneo de Valero, Madrid, 1923].