La Abuela, Franz Grillparzer

[Die Ahnfrau]. Drama en cinco actos del austríaco Franz Grillparzer (1791-1872), representado en el teatro «An der Wien» en 1817. Como El 24 de fe­brero (v.) de Zacarías Werner y La cul­pa (v.) de Adolfo Müllner, pertenece al gé­nero de los dramas fatalistas (Schicksalstragódien) procediendo del drama de Schiller La Novia de Messina (v.); pero mien­tras en el drama de Schiller el destino om­nipotente se eleva a una tragicidad clásica, en los llamados «dramas fatalistas» el des­tino es una especie de «deus ex machina», un hecho ciego que hiere cayendo como una maldición sobre el personaje. En La Abue­la hay todos los elementos del género al que pertenece: la culpa, el parricidio, el amor entre hermanos. El bandido caballeroso y sobre todos, el espectro de la abuela que se aparece a alguien siempre que va a ocu­rrir una desgracia en la familia. La acción se desenvuelve en el espacio de pocas horas y termina trágicamente a la media noche. Sobre la estirpe de los Borotin, pesa una maldición fatal. Una lejana antecesora del último conde Borotin, sorprendida en adul­terio por su marido, fue apuñalada por éste entre los brazos del amante. Los des­cendientes de la adúltera ocultaron, hasta el último, la culpa de su antecesora, cuyo espíritu está condenado a asistir, sin poder impedirlo, al exterminio de la familia.

El viejo conde Borotin tiene dos hijos: Berta, la dulce compañera de su vejez, en todo semejante a su antecesora, y Jaromir, rap­tado a los tres años por los bandidos y que educado por éstos, es también un bandido, ignorante de su noble origen. Una fatal atracción obliga a Jaromir a rondar con su banda las cercanías del castillo de Bo­rotin, y una noche, ignorando que salvase a su hermana, arrancó a Berta de manos de los bandidos que la habían sorprendido y raptado en el bosque. Los dos jóvenes se enamoran, y el viejo conde, al que se pre­senta Jaromir en una tarde tempestuosa como un caballero perseguido por sicarios, le concede feliz la mano de su hija. Pero los acontecimientos se precipitan. Los ban­didos que infestan el bosque en torno al castillo son sorprendidos por una compañía de soldados a los que se ha unido el viejo conde con sus siervos; Jaromir indeciso entre el amor por Berta y la devoción a los suyos, se lanza por fin en socorro de éstos, blandiendo el arma fatal con que ha­bía sido apuñalada la abuela. El hado im­pulsa la mano del joven, y en la oscuridad de la noche, en el furor de la lucha, hiere a su padre, que muere tras haber sabido que su matador no es otro que su propio hijo, el hermano de Berta. Ésta, enloquecida con la revelación, se envenena, mientras Jaro­mir, perseguido por los soldados hasta la cripta del castillo, ve salir le al encuentro una mujer velada, en todo semejante a su hermana: es la abuela, que le tiende los brazos y que con un beso mortal extingue la vida del último descendiente de su des­graciada estirpe. Con ello el fantasma en­cuentra la paz y entra tranquilo en la se­pultura. El drama está escrito en tetráme­tros yámbicos (el metro predilecto de los dramas fatalistas), y por la fluidez del ver­so y por el aliento poético que lo invade, hace ya presagiar al gran dramaturgo de Safo (v.) y del Vellocino de oro (v.).

C. Zurlini