Epístolas de San Ignacio de Antioquía

Serie de siete cartas escritas en griego por San Ignacio, obispo de Antioquía en Siria, muerto mártir en Roma durante el imperio de Trajano, a principios del siglo II. Fue­ron transmitidas junto con otras epístolas apócrifas y se ha dudado durante mucho tiempo de su autenticidad, que ahora parece probada con argumentos seguros.

Están di­rigidas respectivamente a las comunidades de Éfeso, Magnesia, Tralles, Roma, Filadelfia, Esmirna y al obispo Policarpo. Ignacio ha sido llevado prisionero desde Oriente a Roma donde sufrirá el martirio; le acompa­ñan diez soldados a quienes él llama repeti­damente «leopardos»; con la relativa liber­tad concedida en general a los cristianos en estas ocasiones, con un ardor heroico, con un entusiasmo y a la vez con una humildad conmovedora, San Ignacio escribe a las di­versas comunidades (los enviados de las cuales a menudo le habían presentado sus respetos y el testimonio de su devoción) para exhortarles a mantenerse unidos en torno a su obispo, al que deben absoluta obediencia y sumisión.

Les incita a com­batir las herejías, a fortalecerse contra los ataques de los herejes, a no dejarse vencer por los errores sobre todo de los docetas y de los judaizantes; expresa su júbilo por el fin de la persecución de Antioquía y enseña y da consejos sobre los deberes del obispo. Entre todas, es bella y conmovedora la car­ta escrita por San Ignacio a los romanos, temiendo que por su intervención ante el emperador, puedan evitarle el martirio. No ignora, así lo escribe, lo que es para él más conveniente; se siente orgulloso de haber sido elegido para seguir el ejemplo de Cris­to; sólo cuando de su cuerpo no quede sobre la tierra ninguna huella, podrá su alma llegar al cielo, adquiriendo allá su ver­dadera y propia naturaleza.

Que se le con­ceda, pues, seguir el alto camino que la voluntad del cielo le ha destinado como el único de verdadera salvación. Inspirado por un severo y profundo sentimiento, su esti­lo se hace más elevado y conmovido; la altura mística del alma que ese estilo nos revela, más aún que la preparación litera­ria, hacen de la «Epístola a los Romanos» una de las más bellas páginas de la litera­tura cristiana. La lengua y el estilo de San Ignacio, no siempre regulares, no revelan en el autor una profunda preparación es­colar, pero son muy personales, ricos y llenos de imágenes variadas. Las Epístolas de San Ignacio tuvieron una gran difusión y nos han llegado enteras o resumidas, en versiones sirias, armenias, coptas y latinas.

C. Schick