Bajo forma de carta, según costumbre bastante difundida entre los obispos de su tiempo, Atanasio (275-373) obispo de Alejandría, que dedicó toda su vida a la lucha contra el arrianismo trató distintos problemas de teología y de religión, defendiendo su actividad, explicando los motivos que la impulsaron y acusando a sus adversarios y a quienes les defendían.
Este epistolario, que comprende bastantes cartas de extensión y contenido muy diversos, tiene notable importancia, tanto para el conocimiento de la vida del autor y del agitado período en el que se desenvolvió su incansable actividad, cuanto por informarnos sobre las doctrinas de este obispo que ocupa un puesto importante entre los pensadores del siglo IV. De notable expansión y gran importancia histórica y artística es la carta a los monjes, que contiene la historia del arrianismo desde 335 a 357, próxima por su contenido a la Apología contra los arríanos [v. Apologías de San Atanasio] y como está ilustrada con documentos de primera mano. Pero más que la exactitud histórica, es de admirar en este escrito el entusiasmo del autor en la lucha contra la herejía y la viveza de la narración continuamente interrumpida por fogosas invectivas, entre las cuales son frecuentes las dirigidas al emperador Constancio, protector de los arríanos.
La gráfica dramaticidad en la narración de los acontecimientos, de los cuales el propio Atanasio fue actor y protagonista, caracteriza esta epístola, y aunque la lengua y la sintaxis, como en todas las obras de Atanasio, se resientan de las características del período en que vivió, el calor sincero de la elocuencia la ponen a la par de algunas de las obras mejores de elocuencia griega de la era clásica. Sobre la herejía arriaría, además de las cartas de menor importancia, pero notables siempre por su viveza, se ocupan, remachando los conceptos de Atanasio, aprobados por el concilio de Nicea, las epístolas a los obispos de Libia y Egipto, compuestas en 356-57, durante la fuga de Alejandría y una breve carta a Serapión sobre la muerte imprevista de Arrío, signo, según el autor, de la desaprobación divina. A Serapión, obispo de Túnez, van dirigidas otras cuatro epístolas escritas en el desierto, en las cuales, se formula claramente el dogma de la divinidad del Espíritu Santo, principio de la doctrina consagrada medio siglo más tarde.
De argumento doctrinal es también la epístola sobre la teología de Dionisio de Alejandría, mientras que tiene notable importancia histórica la que trata de los concilios de Rímini y de Seleucia (359), ilustrada con documentos originales, y con importantes fragmentos de obras arrianas. A los últimos años de la vida de San Atanasio (370) corresponde la carta a Epicteto, obispo de Corinto, sobre la naturaleza de Cristo, en la que enuncia claramente el dogma de la Encamación, y las dos cartas a Adelfo y a Máximo, de análogo contenido. En éstas, como en las demás cartas que constituyen el epistolario de Atanasio, se nota la falta absoluta de toda referencia personal, a la vida, a la familia, a los amigos del autor: se trata de cartas completamente doctrinales, en las que el autor expone bajo varias formas, pero siempre con claridad y vigor, los conceptos teológicos fundamentales — sobre todo los de la consubstancialidad y de la Encarnación— por afirmar los cuales luchó toda su vida.
Una colección especial es la de las llamadas Epístolas festales o eortásticas escritas, como era entonces costumbre entre los obispos de Alejandría, inmediatamente después de la Epifanía para anunciar el comienzo de la Cuaresma y la Pascua. A nosotros ha llegado una parte de la traducción siria de estas cartas; entre ellas destaca por su importancia la XXXIX, del año 367, en la que el autor compila la lista canónica de los textos del Antiguo y del Nuevo Testamento; aunque todas tienen cierto valor histórico para el conocimiento de la antigua cronología cristiana.
C. Schick