[Fredmans epistlar]. Epístolas del poeta sueco compuestas en distintas etapas, pero principalmente en torno a 1770 y recopiladas luego en un volumen con un prefacio de J. H. Kellgren en 1790; tienen rima y ritmo apropiados al canto y a la danza, ya con música compuesta por el mismo Bellman, o, más frecuentemente, adaptando las palabras a melodías ya existentes, con un procedimiento muy frecuente en la poesía popular o popularizante.
Unidas a la música, las Epístolas disfrutaron en su tiempo, y siguen disfrutando, de una popularidad que no suelen conseguir las poesías que sólo se leen. Su inspiración y mérito son varios. Abundan las pequeñas escenas y cuadritos de la vida de taberna (las Epístolas son atribuidas a Fredman, un relojero de Estocolmo, arruinado por la bebida y muerto alcoholizado en 1767); diversiones de la música y el baile con muchachas procaces, riñas, situaciones lascivas mezcladas con pequeños dramas. La epístola 36 es, por ejemplo, en su primera parte, una viva y sensual escena de alcoba que varía originalmente el motivo de Susana en el baño. La procaz Ulla duerme todavía cuando el tabernero entra de puntillas en su habitación y da vueltas en torno al lecho, levantando, con una sonrisa de complacencia, la colcha.
Ella empieza indolente a vestirse. «Y como cuando en Pafos / la diosa de amor despierta / de voluptuosidad todo parece morir / y, sola, / prescinde de todo cuidado». Presa del encanto, «clientes y negocios / y comilonas / olvidó con su ansiedad el viejo, / deudores, / acreedores, / la cárcel y el fiscal». El poeta se entretiene describiendo la escena galante, en la que hace de cortejador de la hermosa el enamorado huésped; y explica entonces la bajada de Ulla a la taberna, alegrándolo todo y reavivándolo con su presencia. «Pero, ¡cielos!, cómo todo, ¡ay de mí!, cambia». Aparecen cuatro feos gendarmes, prenden a la hermosa y marchan. «Todos estaban como cadáveres pálidos, / y el tabernero lloraba. / En el banco / sobre la mesa / queda el vasito de Ulla, / vacío y roto / bien apurado… / Así terminó nuestra orgía».
De ese modo sucede un pequeño drama a la escena galante, de ambiente popular. La epístola 30 retrata, con gran precisión de detalles, a un viejo bebedor consumido por la tisis; contemplación de un cuerpo destrozado que no supera, empero, el límite descriptivo. La epístola 23 es un soliloquio nocturno del tenaz bebedor que, mientras yace en la cuneta delante de la taberna, contempla su vestimenta vieja y harapienta, su cuerpo arruinado, y la miseria actual le lleva a maldecir el lecho donde fue concebido, evocar el ardor amoroso y los atractivos femeninos que le engendraron. Sale el sol, la puerta de la taberna vuelve a abrirse. Sediento pide de beber y, en cuanto lo ha hecho, los miembros pierden su rigidez, se siente animoso y feliz. Uno o dos sorbos más y dará gracias a su padre por su ardor amoroso y la fuerza engendradora de antaño. La epístola es una de las más notables por su viveza y crudeza incisiva, y queda sin embargo ligada de modo realista con la vida báquica; no infringe los límites del ditirambo para alcanzar, como alcanzarán los cantos báquicos de Baudelaire, una dolorosa ironía y la sublimidad.
También la epístola 79, la despedida del viejo bebedor de la hostelera del Callejón del Sol, que se inicia con la descripción de Caronte que sopla en el cuerno, mientras las tempestades empiezan a silbar y las estrellas brillan tristemente anunciando la proximidad del fin del bebedor deshecho e indigente, y termina con la triste marcha hacia los infiernos entre el bramar de los elementos, queda, pese al vigor de estos trazos, en el círculo descriptivo e incluso en esta familiaridad juguetona. Vivaces, incisivas, atrevidas hasta la crudeza y, sin embargo, adornadas con una gracia amable, sin convencionalismos, las Epístolas de Bellman ocupan un lugar aparte en la literatura ditirámbica, ‘de la que puede decirse que agotaron todas las posibilidades, alcanzando la excelencia consentida por esa forma de oratoria y pintura genérica, pero sin sobrepasar sus límites. La otra parte de las Epístolas está constituida por idilios. Llena de gracia vivísima es la pastoral 25, glorificación de Ulla Winblad que se dirige a Djurgárden, el agradable islote, meta de los paseos y excursiones de placer de los habitantes de Estocolmo.
Venus, Neptuno, ángeles, ninfas, céfiros, tritones, las ondas, el trueno, los cuerpos celestiales, peces y los más diversos instrumentos musicales son evocados para formar una rica escena decorativa, llena de movimiento, en torno a la hermosa mujer que reúne todos los atractivos femeninos y se transfigura en Venus, llegada para mostrarse en todo su esplendor. Forma contraste con esta rica y movida decoración una segunda parte «al gusto bacanal», en la que Venus se encarna en Ulla, sustituye Pafos por el Djurgárden, mezclándose con la elocuencia ditirámbica crudezas lascivas. Llena de gracia minuciosa es la epístola 48, descripción del viaje en barca desde una localidad del lago Malar a Estocolmo una mañana de estío; feliz transcripción literaria de aquella pintura paisajista que, iniciada por flamencos y holandeses, se fue retinando y apurando en el Setecientos. Cierra el volumen un «déjeuner sur l’herbe» en el que la expresión inmediata del ditirambo, del que Bellman nunca se liberó del todo, se mezcla felizmente con una gracia lasciva y una elegante decoración pastoril de gusto rococó.
V. Santoli