La temporada que el pensador español Angel Ganivet (1865-1898) pasó en Amberes como vicecónsul (las cartas van de 18-11-1893 a 4-1- “1895) dio pie a una activa correspondencia. Rara vez en ella el interés personal queda circunscrito a su propia limitación; abunda sobre todo la proyección de estos hechos menudos a ideas de más amplio alcance.
Y el desarrollo —reelaborado una y otra vez — de unos temas constantes permite conocer la ideología del escritor granadino. Ideología no siempre original ni demasiado nueva, pero expuesta con pasión y consecuencia y, lo que importa más, valorada por el hallazgo de gentes y países desusados, de unas literaturas ignoradas o de unas costumbres que — entonces — tenían valor de descubrimiento. Por eso su ahincamiento en ideas triviales (p. e., su odio al matrimonio) o manoseadas (displicencia hacia la mujer, con detalles del no mejor gusto) se salva por el acierto con que enjuicia los hechos, el gracejo con que se sitúa ante asuntos novedosos o el valor inestimable que todas estas cartas tienen como documento de época.
Al lado de los grandes o pequeños hechos, convertidos ya en historia, hay, también, una indeclinable postura humana que — a pesar de su parcialidad — nos hace ver con simpatía al escritor y a la gran aventura cultural que emprendió. Creo que es útil establecer cierto orden en la ideología de este Epistolario; ella ayuda — no poco — a conocer la realización de la obra ganivetiana y los pasos que sigue la elaboración de alguno de sus libros. Desde la visión concreta de los hechos menudos (Amberes en fiesta, las mujeres en bicicleta, el valor de los deportes) va remontándose a la interpretación de motivos históricos de apariencia más significativa-(ideas sobre Bélgica, la empresa político-comercial del Congo, su desafecto por la brutalidad de Stanley, largas consideraciones sobre la democracia) a través de valoraciones culturales (el teatro belga, Renán, Taine, Zola, Richepin, la locura en el arte, ideas sobre la sátira o sobre la poesía). Todos estos pasos llevan, en definitiva, a un fin: España.
En el camino Ganivet no ha hecho otra cosa que buscar piedras de toque en las que contrastar el valor de nuestras creaciones (Fray Luis de Granada, Galdós, Pereda, la Pardo Bazán, Echegaray, Alarcón, etc., etc.) o con las que conocer el pasado de España en el mundo o apreciar nuestras posibilidades de acción, inmediatas o futuras. Eleva entonces su teoría del Estado, las necesidades de una reorganización interna y de una expansión africana. Este Epistolario es, pues, imprescindible para el conocimiento de la obra de Ganivet: de una u otra forma están en él aquellas pretensiones de asomarnos a Europa que poco después cristalizarían de forma pública en las Cartas finlandesas (v.) o en los Hombres del Norte (v.); aquí están muchas de las ideas del Pío Cid y no pocas del Reino de Maya, aludido con frecuencia en las epístolas de una temporada; aquí están los presupuestos que darían luz al Idearium español (v.) o a El porvenir de España. Junto a esto, el dato menudo, concreto, para trazar la biografía o la etopeya del escritor y el valor humano, vibrante sin desmayo, de cada una de estas líneas.
M. Alvar