Pertenece al grupo de escritos de aquellos autores que se ha convenido en llamar «Padres Apostólicos», porque ellos, a pesar de pertenecer a una generación posterior a la de los apóstoles, estuvieron directa o indirectamente en relación con éstos. De aquí la gran importancia histórica y literaria de estos escritos, entre los cuales La Epístola de Policarpo a los filipenses ocupa un lugar notable. Policarpo, nacido de padres cristianos hacia el 68 – 69, griego de origen, o por lo menos de educación, instruido por los apóstoles y en contacto «con muchos que habían visto al Señor», recibió (hacia fines del siglo I) de manos de los propios apóstoles — tal vez de San Juan — la consagración como obispo de Esmirna, en Asia Menor.
Tuvo por discípulos, entre otros, a San Ireneo el famoso obispo de Lyon; estuvo en Roma, en tiempo del papa Aniceto, y mantuvo con éste una fraternal discusión acerca de la fecha de la celebración pascual; a pesar de que no pudieron conciliarse los dos puntos de vista, por seguir Policarpo el uso oriental y Aniceto el occidental, no se rompió la comunicación entre ellos. En Esmirna cupo a Poli- carpo la ventura de entrar en relación con Ignacio, obispo de Antioquía, de paso en su viaje hacia Roma. Ya anciano, el 23 de febrero de 155 padeció el martirio. La Epístola a los filipenses, la única que nos ha quedado de las muchas escritas por Poli- carpo, nos ha llegado en su texto griego original, mutilada de los capítulos X, XI, XII, XIV, y en una antigua versión latina, completa. La Epístola fue escrita (hacia el año 120) en respuesta a otra epístola —perdida— enviada por los cristianos de Filipos a Policarpo, para informarle del paso de Ignacio de Antioquía, y del escándalo del presbítero Valente; para rogarle que trasmitiera a la comunidad de Antioquía una carta de ellos y varias cartas morales escritas por Ignacio para los cristianos de Esmirna y para el propio Policarpo.
La respuesta, en catorce capítulos, tiene carácter esencialmente parenético. Expresa, en un estilo sencillo y llano, una profunda piedad, una gran dulzura y modestia, una notable sinceridad. Si Policarpo da consejos a los filipenses, a una Iglesia que tiene por guía las instrucciones dirigidas por el mismo San Pablo, lo hace solamente porque se lo han pedido. Todos debemos practicar las virtudes fundamentales del cristiano, la fe, la esperanza, el amor, en las que consiste la observancia de los preceptos de Dios. Los hombres, las mujeres, las viudas, los diáconos, los jóvenes, las vírgenes, los presbíteros, cumplan a conciencia los deberes propios de su edad y de su estado. Policarpo exhorta a los filipenses a servir a Dios con toda reverencia, a mantenerse alejados de las opiniones de los docetas, que niegan la realidad de la encarnación de Cristo; recomienda y exhorta a sus corresponsales al ayuno, a la oración, a la paciencia, a la fe, a la caridad, a evitar la avaricia y la idolatría. Una palabra de reprobación va dirigida a Va- lente y a su mujer; termina prometiendo cumplir los encargos que los filipenses le han confiado y les recomienda a Crescente, el dador de la carta.
La autenticidad de esta Epístola ha sido puesta en tela de juicio, porque da testimonio de la existencia de cartas de Ignacio de Antioquía; los que han creído poder discutir la autenticidad de éstas, han debido declarar apócrifa también aquélla. Ahora bien: en realidad su escrito no presenta ningún elemento sospechoso y es, en todos sus aspectos, un monumento que figura entre los más significativos de la primitiva literatura cristiana.
M. Niccoli