Obra escrita en Koma en 1900 y publicada en 1903, esta novela reúne las mejores características que distinguen el arte de esta escritora: la inmediatez de las escenas, la rapidez del desarrollo, la facultad de unificar el drama secreto del alma con los aspectos de la naturaleza, logrando así comunicar a los hechos humanos la sencilla solemnidad, la docilidad y la fatalidad de la historia de las cosas. El pastor Elias Portolu vuelve a Cerdeña, al seno de su familia, después de haber purgado con unos años de cárcel en el continente un delito de que fue acusado erróneamente, y se enamora de Maddalena, prometida de su hermano Pietro. Los años de prisión han blanqueado la piel de Elias, así como ablandaron su ánimo.
A los veintitrés años, Elias se conmueve fácilmente, vuelve a encontrar en los perfumes de la tierra sarda, junto a los recuerdos de la infancia, vagas aspiraciones religiosas y místicas, y nace en él un deseo de hacerse sacerdote. A veces se desprecia; otras se revuelve violentamente contra su propia debilidad, puesto que ni la injusticia padecida ha podido infundirle un conato de rebelión. En este espíritu de convaleciente el amor arraiga de un modo violento, pero no se desprende del horror al pecado. Elias no encuentra en sí fuerzas para liberarse de él, y no acierta a impedir, con una sincera confesión —tal como le aconsejó el pastor Martinu Monne— el casamiento de Pietro y Maddalena, que será para todos motivo de infelicidad y pecado, puesto que Maddalena quiere a Elias, pero no a su esposo, borracho y brutal.
Es indudable que Elias, en su lucha con el amor, habrá de sucumbir; pero él no lo sabe, y se refugia, de buena fe, en la paz del patio florido, en la oración, en el pastor Martinu, en el sacerdote Porcheddu, en todo menos en sí mismo, buscando una defensa y un apoyo. Sus pensamientos son sencillos y desesperados; cuando el pecado se consumó, siente con horror que su felicidad irá confundida con el dolor y el remordimiento. Luego, su pasión satisfecha se calma, y vuelve a sus antiguos propósitos de consagrarse al sacerdocio. Entre tanto, Maddalena, ha tenido un hijo de Elias, y éste piensa que haciéndose cura creará un obstáculo inabordable entre él y Maddalena, que nunca más osará tentarle; de este modo podrá también amar a su hijo inocente, educarlo y guardarlo a su lado.
Al morir su hermano Pietro, todavía no ha sido ordenado como sacerdote, y podría abandonar el seminario, casarse con Maddalena y dar un padre a su hijo, pero no halla fuerzas para obrar; se resiste a los deseos de Maddalena, que desea casarse con él y su victoria es mísera; ha desaparecido el amor hacia ella, mientras vive en él con mayor intensidad que cualquier otro sentimiento el amor hacia el hijo. Cuando Jacopo Farre entra en relaciones con Maddalena y comienza a frecuentar la casa y a sentirse padre afectuoso del pequeño Berte, Elias se siente atormentado por unos nuevos y más dolorosos celos, y duda: «Tal vez el Señor quería que reparase de este modo mi pecado, en vez de dedicarme indignamente a su servicio». El muchacho enferma: Jacopo vela junto a su cabecera y Elias siente cómo se despierta en su espíritu un odio salvaje contra aquel hombre que se interpone entre él y el alma del niño, que está a punto de expirar.
Tan sólo cuando el pequeño Berte muere, logra el sacerdote Elias quedarse a solas con él, vestirle, calzarle los piececitos, todavía tibios. Desde este momento le sentirá definitivamente suyo para siempre. Aquella muerte inocente rompe la malvada prisión del pecado y suscita en el alma débil y torturada de Elias un dolor puro que le calma y le redime. Con Elias Portolu, Grazia Deledda se confirmó como escritora de fama europea; a la intensa policromía de sus primeras obras, sucede aquí una visión interior de los personajes y de la naturaleza misma, en la que los hombres y las cosas parecen confundirse con el ambiente de un único paisaje espiritual, secreto y demoníaco, que es precisamente el de su patria.
Al pasar de una inspiración folklórica a otra más universalmente psicológica, Grazia Deledda no sacrificó ninguno de los motivos de su arte; Elias Portolu es una obra inconfundiblemente sarda por sus personajes y por su escenario, pero unos y otros se nos presentan aquí en un silencio interior donde fermentan impulsos místicos y crueles violencias y que penetra conjuntamente los hombres y la tierra de Cerdeña.
O. Nemi