[Le Trésor de la Cité des Dames ou Le livre des trois Vertus]. Christine de Pisan (1364- hacia 1430) había escrito en 1405 una adaptación, casi una traducción, de la obra de Boccaccio Las mujeres ilustres (v.), con el título de La ciudad de las damas. Por el consejo de las tres virtudes que le dictaron esta obra, Razón, Rectitud y Justicia, compone en el transcurso del mismo año, o del siguiente, su Tesoro, tratado de moral, de «prudencia mundana», de economía doméstica y de buenas maneras, proporcionando a todas las damas de todas las condiciones las enseñanzas que les abrirán las puertas de la «Ciudad».
La primera parte del Tesoro, cerca de la mitad del libro, se dirige a las «princesas y altas damas»; la segunda parte se dirige «a las damas y doncellas y en primer lugar a aquellas que permanecen en corte de Princesa o Alta Dama»; la última parte trata «de las formas y gobierno que la mujer de estado debe guardar a propósito de su mesnaige»: seis capítulos se dirigen a las «mujeres de los mercaderes», a las «mujeres viudas, viejas y jóvenes», a las «jóvenes y viejas en estado de virginidad», a las «mujeres de oficio», a las «mujeres sirvientas y camareras», a las «mujeres de loca vida», a quienes Christine exhorta a cambiar de existencia y a las que opone inmediatamente las «mujeres honestas y castas» del capítulo siguiente; finalmente a las «mujeres de los labradores»; un último capítulo está dedicado al «estado de las pobres». Christine, la humanista, deja relajar un tanto su estilo en esta ocasión, frente a sus restantes obras en prosa: su estilo aquí es sencillo, familiar, espiritual a menudo, rico en proverbios y en frases sabrosas.
Todas las clases sociales del siglo XIV francés desfilan ante nuestros ojos en una serie de esbozos bien trazados, plenos de relieve. Christine aconseja «a toda mujer que quiera conservar su buena reputación, que sea honesta y no use de disfraces en sus vestidos». Es preciso que «su conversación no tenga mimo, sino que sea propia, dulce, ordenada y atractiva», que «su mirada sea simple, lenta y no vaga», y finalmente, «que sea extraordinariamente alegre». El Tesoro, del que existen algunas raras ediciones de los siglos XV y XVI, espera todavía una edición crítica según los manuscritos. Tomando la defensa de la mujer, tratada a menudo con muy poca consideración hasta entonces en la literatura, Christine opuso su testimonio al de Jean de Meung y su Román de la Rosa (v.). Si no todo es excelente en una obra demasiado copiosa, no por ello Christine deja de ser uno de los espíritus más inteligentes y más cultivados de su siglo.